Luis Abelardo Pardo Sinconega: Un músico peruano olvidado
Luis Abelardo Pardo Sinconega
"Cascabel" 25.04.1936
Luis
Abelardo Pardo Sinconega, fue un músico peruano, nacido en Chiquián. Fue un guitarrista
de notable actuación en las décadas de 1930 y 940. Fue hijo del “gran bandido”
Luis Pardo Novoa. Integró el “Conjunto Típico Peruano” que formó y dirigió Esta
Alba, cantante tan poco conocida como nuestro personaje.
El seminario “Casacabel” lo
entrevistó en el mes de marzo de 1936. Es esa entrevista Luis Pardo hijo,
esbozó una historia de su padre. Este relato no ha sido incluido en la amplia literatura
que existe sobre luis Pardo padre. Lo reproducimos íntegramente para nuestros
lectores.
HE AQUÍ
RELATADA POR SU HIJO LA HISTORIA DE LUIS PARDO, EL BANDIDO ROMÁNTICO CONVERTIDO
POR LA LEYENDA EN HÉROE POPULAR
SI durante la agitada
vida de Luis Pardo nunca se tuvo una visión definida de su verdadera personalidad,
ya que la gente, las autoridades y los órganos de prensa de la época, no
hicieron otra cosa que deformar caprichosa y atrozmente la figura del célebre
bandolero, es de imaginarse como fecundizaron las leyendas en la fantasía popular,
después de su muerte y con el correr de los años.
Así Luis Pardo,
por la voluntad general, quedó convertido en un personaje de folletín, actor de
un enjambre de historias a cual más contradictorias. Mientras para unos fue un
hombre carente de sentimientos nobles, vulgar salteador de caminos y asesino
despiadado y cobarde; para otros, Pardo, al margen de la ley por la injusticia
de los hombres, fue siempre, pese a lo que en contrario se decía, un bandido
bondadoso y caritativo —si cabe la paradoja— disculpado de sus atentados contra
la propiedad porque eran en beneficio de los pobres; y de las muertes que se le
achacaban, porque habría sido en defensa propia o por castigar alguna maldad.
Pero lo cierto
es que en todos los casos, sea designado como un ser depravado y nacido sólo
para hacer el mal, o como una víctima de las circunstancias, impelido a
proceder al otro lado de las leyes, es que nadie hasta hoy ha podido establecer
probadamente lo que fue Luis Pardo.
Bien pueden
llegar muchos a la conclusión de que perseguido por las autoridades y acusado
de infinidad de crímenes, Pardo encajaba perfectamente dentro de lo que
significa bandolero. Sin embargo, nada o muy poco de su historial delictuoso,
fue comprobado, como se deduce del mismo confusionismo de ayer y hoy, en lo que
respecta a los hechos y personalidad de Luis Pardo.
Si
fuera posible juzgar a los hombres a través de las leyendas y de esas historias
que no tienen mayor fundamento ni otro origen que la caliente imaginación de la
gente, forzoso sería hacer un balance de opiniones. Y en este caso, Pardo
hubiera resultado favorecido, pues más eran los que lo alababan como hombre
generoso y de buen corazón, que los que lo criticaban como enemigo de la
sociedad.
Juzgando
también por las leyendas, puede considerarse una razón de peso, para
rehabilitar en algo a un desgraciado que vivió, fuera de la ley, con alma de
desalmado, su tolerancia con sus perseguidores. Situándose en un plano justo,
no podría habérsele exigido a ese Luis Pardo, acosado por todas partes, como fiera
que se estuviera mano sobre mano, sin defender su vida, constantemente
amenazada. Sin embargo, parece que Pardo no fue implacable con sus
perseguidores y adversarios. Por el contrario, se cuenta en muchas ocasiones,
cuando la suerte no le volteó la espalda en sus combates y escaramuzas, les
hizo merced de la vida, con toda la elegancia y generosidad del que se sabe
hombre valiente y leal.
Difícil,
pues, por no decir imposible, situarlo
fuera de la leyenda. Siempre será un personaje discutido y de tradición. Luis
Pardo, con toda su importancia política y regional, con todo su valor de
insurgente, no debe alcanzar un puesto en la historia de su país. Para la
justicia de su pueblo sólo debió ocupar un rincón en la oscura historia de la
delincuencia.
Pero
esta vez, la historia está escrita en la memoria popular que no sabe de
historia. –El pueblo se ha empeñado en condensar todos los aspectos de la
azarosa existencia de Luis Pardo, en una de las figuras de mayor relieve
criollo. Y es que también este bandolero tuvo su lado romántico: fue
fervientemente admirado por las mujeres y amigo de las aventuras amorosas. Era
capaz de meterse en la boca del lobo, si sabía que en ella las guitarras y las
palmas dejaban oír unas marineras. Muchas veces, cuando dedicado a la diversión
olvidaba su triste situación de perseguido eterno, se veía obligado a salir
disparado, a uña de caballo, mientras que unos tiros de fusil le daban
atronadora despedida de intenciones trágicas.
LOS PARIENTES
Mil
recuerdos pintorescos y anécdotas viven en la memoria de los que conocieron a
Luis Pardo. Pero pocos, ninguno, puede precisar toda la trayectoria de su vida.
Puede ser que concentrados en el personaje únicamente, o ensimismados en la
fama de sus delitos, no han dado importancia a la vida privada del bandolero.
Los bandoleros como los hombres públicos, no tienen vida privada. Quizás, por
lo demás no haya sido falta de consecuencia sino de conocimiento, pues Luis
Pardo fue bastante celoso en asuntos familiares.
Producido
el final quedaron parientes y descendientes directos. Madre, hermanos, hijos –no tenían la culpa – que sufrieron con
igual intensidad las vicisitudes que afrontó Luis Pardo, y que al desaparecer
la causa dolorosa, siguieron sufriendo.
LUIS PARDO SINCONEGA
Un
hombre fuerte y bueno, que ha heredado el criollismo de su padre es Luis Pardo
Sinconega, mayor de tres hermanos. Lo encontramos en su modesta casita de la
calle del Pedregal, donde se dedica en los ratos que descansa del trabajo a la
música. Es un buen ejecutante con la guitarra. De vez en cuando, llevado de su
cariño por el arte, presta su concurso
para acompañar a aficionados que actúan en la radio.
En
uno de los sitios más visibles de su sala, una orgullosa ampliación de Luis
Pardo, revela que el hijo Luis Abelardo, guarda ferviente culto por la memoria
del desaparecido.
-Estoy
muy agradecido de la oportunidad que me brindan – nos dice, después de un
recibimiento cordial –Crean ustedes que siento verdadera satisfacción de poder
expresarlo. Desde hace tiempo, uno de mis más caros deseos, era exponer en
alguna forma el sentimiento que nosotros, sus hijos, sentimos por la forma como
se trata la memoria de nuestro padre.
Luis
Abelardo Pardo, en efecto parece impresionado. Mira el retrato legendario, como
si quisiera comunicarle que va a cumplir con su deber y devolverle el dolor.
Después se dispone a atendernos:
–Soy el mayor de
tres hermanos. Aurea Beatriz Pardo, muerta, y Aníbal e Isabel Pardo. Tengo 43
años. Y hace algunos que trabajo como chofer en la fábrica Backus y Johnston.
Esto habla muy bien de Backus y Johnston.
–Miren ustedes
–prosigue– he tenido que estar con mi padre en el lugar de todas sus
desventuras: Chiquián. Tendría más o menos 8 años, cuando un buen día, ausente
mi padre, mi madre me dijo: “Es necesario que te envíe a la hacienda Pancal.
Allí estarás al cuidado de tu abuelita y a tu padre le será más fácil velar por
ti”. A la semana, ya estaba instalado en la hacienda. Mi padre, hacía meses que
había salido de viaje por los alrededores. Cuando ya me aburría de no verlo, mi
abuelita me comunicó una noche que al día siguiente llegaría, acompañado de mi
mamá. Esta noticia me causó gran alegría. Ver juntos a mis padres después de
tanto tiempo, era la mejor felicidad que podría experimentar. Desgraciadamente,
sufrí una terrible sorpresa. Mi padre llego, no acompañado de mi madre. Había
raptado a una muchacha, hija de uno de los hacendados vecinos. Según supe
después, poco antes de que robara a la muchacha, se había encontrado con el
padre en un camino, quien no era gustoso de los amores. Tuvieron un altercado:
–Si pretendes
seguir viendo a mi hija, morirás como un perro, como murió tu padre– fueron las
terribles palabras del progenitor de la muchacha. El insulto causó peor efecto
que un latigazo en pleno rostro. Mi padre encaró su carabina y lleno de rabia
contestó: “Quien va a morir como un perro eres tú…”. Pero al momento de apretar
el gatillo, se arrepintió. No quiso ser asesino del autor de los días de su
amada. Pero en castigo a la afrenta, efectuó el rapto.
–La mujer fue
muy cariñosa conmigo. Durante un tiempo, mi padre dio reposo a su agitada vida.
Quiso estar lo más feliz posible. Pero por un lado, los frecuentes ataques que
era objeto su propiedad de parte de sus numerosos enemigos, entre los que se
encontraba el padre de su mujer, y por otro, el estado de ésta, próxima a dar a
luz, lo inquietaron hasta el extremo. Fue necesario hacer viaje, para que se
atendiera a la señora en Chiquián, pero
en el camino falleció. Esto le produjo enorme desesperación y pesar. Fue
entonces que dio rienda suelta a su espíritu andariego y su sed de aventuras.
UNA VEZ EN LIMA
–Día
a día se hacía mayor el encono que muchos tenían contra él. Mi abuela temiendo
que de un momento a otro asaltaran la hacienda y dieran muerte a todos, ordenó,
felizmente, que me trajeran a Lima, aprovechando del viaje de una de mis
tías.
Pero
yo también llevaba en la sangre algo de su espíritu. Sólo, aguanté unos meses,
en casa de los parientes de Lima. Una noche me fugué. Fui a dar a la calle
Espalda de Santa Clara, donde una señora, Anselma Montoya, me dio asilo, con
todo cariño.
Disfrutaba
de mucha libertad y me hallaba contento cuando de pronto, me cayó la visita de
mi tío Scipión. “¡Qué hace cimarrón…”, fue lo primero que me dijo. Yo, alelado,
esperaba un reproche. Pero no llegó. “¿Por qué te has salido de donde tu tía?
Me preguntó sin mostrar enojo. Tranquilo, sabiendo que no amenazaba tormenta,
inventé: “Es que me pegaban mucho…” No dijo más. En cambio noté que conversaba
animadamente y en secreto, con la señora Montoya. Varios minutos después, ésta
me dijo: “Ponte tu sombrero que vas a acompañar a tu tío a su casa”. Obedecí y
nos encaminamos a la calle del General. Durante el camino no conversamos en lo
absoluto.
–Cuando
mi tío abrió su puerta, no pude notar nada, porque la habitación estaba mal
alumbrada. Pero cuando mi vista se pudo acostumbrar a esa semi-oscuridad, vi en
el sillón a un hombre completamente embozado, y como si esto fuera poco, con
una gran bufanda alrededor del cuello. “Acércate chiquillo…, no temas, que no
te voy a comer”. Mi tío se rió mirándome de una manera que entonces no pude
comprender. El hombre me hizo algunas gracias sin importarle mi actitud huraña.
Y sacando un sol de una carterita, me mandó a que le trajera dos cervezas. En
el trayecto de ida y vuelta pensé que el señor extraño, tenía algo de familiar
para mí. Pero no di mucha importancia al asunto: “Será un amigote de mi
tío...”.
–Al
entregarle el vuelto, parece que se admiró el señor, pues exclamó: “¿Tan zonzo
eres que devuelves los vueltos?... Guárdatelos para caramelos…”
–Así
que acabaron de tomar. Mi tío y el amigo, se despidieron de mí, ordenándome que
me acostara. Observé que el desconocido me miraba mucho antes de decidirse a
salir. Tampoco di importancia al asunto. Muchos años después recordé el detalle
y me quedé tan intrigado que inicié una serie de averiguaciones. Cuando ya
comenzaba a desesperar, hace uno ocho meses recién, he venido a saber la
identidad del hombre que encontré en la casa de mi tío: era mi padre. No me
habían querido enterar porque en esa ocasión, mi padre había venido escondido a
Lima, de regreso de un viaje a Chile. Y como andaba estrechamente perseguido,
temió que por mis pocos años pudiera, inconscientemente, poner a las
autoridades en su rastro.
–Toda
mi vida sentiré no haberle abrazado en ese instante. Fue la última oportunidad
que tuve de hacerlo. Pero el destino me negó esta gracia.
Luis
Abelardo, baja la vista para ocultar dos lágrimas, que ha pugnado por contener,
en las postrimerías del relato.
EL RETRATO DEL BANDOLERO
–Otra
vez, me escapé, decidido a recorrer el mundo. Niño todavía, trabajé en algunas
haciendas: Santa Ana, Callahuanca, Chacra Grande. En esta última, después de
una ruda labor, por casualidad encontré, tirado debajo de una máquina, un
periódico pasado… Lo primero que vi fue el retrato de mi padre. Estaba con la
guitarra en una mano y el sombreo en la otra. Y decía el periódico que las
autoridades de todos los pueblos habían recibido orden de matarlo, “para acabar
así con el peor de los bandoleros”. Me eché a llorar amargamente hasta que fui
sorprendido por algunos peones… ¿Qué tienes...? ¿Qué te pasa…? Sollozando
mostré el periódico: “Es mi padre y lo quieren matar…” Todos respetaron mi
dolor, tratando de consolarme.
–Después
no tuve el menor dato hasta que me enteré de su trágica muerte.
–Mucho
pasé en mis mocedades. Penas y amarguras sin fin, pero nunca me dejé doblegar.
Ni me sentí avergonzado de ser hijo de Luis Pardo. Más bien, en cuanta ocasión
podía, me daba a conocer como su hijo.
–En
1918 fui contratado como jefe de tractores en la hacienda Quípico, cerca de
Sayán. Allí capté la estimación de mis jefes y de cuanta persona me conocía.
Tuve una sorpresa muy agradable por esos lugares. Cuantos hablaban de mi padre
los hacían con mucho respeto y cariño, lo que me enorgullecía.
–Habiendo
ido a Sayán de paseo, hice amistad con un señor Ramírez. Y cuando se enteró de
quién era yo, me hizo objeto de un sinnúmero de demostraciones de aprecio. El
señor Ramírez corrió la voz por la localidad. Y cuando menos lo pensaba me
encontré con una gran fiesta organizada en honor del hijo de Luis Pardo y a la
que asistieron infinidad de amigos de mi padre. Nunca me olvidaré de aquel momento
tan emocionante ni dejaré de recordar a todos los asistentes.
–Si por un lado
tuve goce sin igual, por otro sufrí un incidente terrible. Estando en un pueblo
cercano a Sayán, me fue presentado un hombre cuyo nombre no retengo en la
memoria. Por lo que me dijo me imaginaba cómo se imaginaba a mi padre: ¿Este va
a ser hijo de Luis Pardo…? ¡Ja… Ja… Ja…!! Rió sarcástico. Por un instante
estuve a pique de echarme encima al malvado y castigarle como se merecía, pero
para su suerte, me contuve: “Si usted me viera con una chaveta en la mano,
entonces sí me creería hijo de Luis Pardo…” El hombre cesó de reír. Y
prudentemente se fue.
LA PELÍCULA Y LOS PERIÓDICOS
–Cuando
hace unos años se exhibió una película sobre Luis Pardo, no pudo menos que
sorprenderme la forma tan ruin y burda como se le trataba. Hablé con el dueño
de la cinta, para impedirle que siguiera pasándola en los cines. No me hizo
caso. Entonces, de acuerdo con mis hermanos, inicié acción judicial contra
Cornejo Villanueva, actor y realizador de la farsa. Por desgracia, la falta de
medios económicos nos impidió conseguir
que nuestros derechos prevalecieran.
–Ahora
voy a manifestarles algo que me tiene constantemente contrariado ¿No sería
posible que dejaran tranquila la memoria del difunto?
Que
haya sido lo que quiera, pero ya pagó. Dejen reposar sus huesos, aunque sea
sólo por respeto a los que han quedado vivos. No pasa una semana sin que la
crónica roja de un periódico, compare a mi padre con los peores delincuentes.
Si se trata de un salteador no tienen otra cosa que decir: “Émulo de Luis
Pardo”. Si de un asesino, lo mismo. Las fechorías de los Arnao, Franco, etc.,
siempre son aprovechadas por los periodistas policiales para traer a colación
el nombre de mi padre.
LA HISTORIA CONTADA POR EL HIJO
Hemos
querido recoger del hijo, la historia de Luis Pardo:
–No
puedo darle datos probatorios y exactos sobre su vida. Pero intentaré recordar
todo lo que he sabido por intermedio de mi familia y de algunos amigos que
hasta lo último, no perdieron conexión con él.
–La
mayoría de la gente está en la idea que se convirtió en bandolero para vengar
la muerte de mi abuelo. Hasta se dice en historietas y canciones. Pero no es
así, aunque este hecho influyó mucho en su carácter, es fácil desmentir la
creencia, pues mi abuelo, al ser herido, tuvo tiempo de matar al asesino.
Además mi padre, cuando esto ocurrió sólo contaba once años y estaba
estudiando. Las cosas sucedieron de la siguiente manera:
–Mi
abuelo acababa de ser nombrado subprefecto de Chiquián. Habiendo ido a Llaclla,
pueblo cercano a la capital de la provincia, los notables del lugar le
ofrecieron un banquete en plena Plaza de Armas. Sus enemigos políticos también
se sentaron en la mesa. En el momento del brindis, un grupo grito: ¡Viva Pedro
Pardo…! En ese momento, el cura, enemigo acérrimo de mi abuelo, sacó un
revólver y disparó, hiriéndole en el pecho. Mi abuelo se tambaleó, pero a su
vez, pudo sacar su arma y le pegó un balazo al cura en plena frente, matándolo
instantáneamente. Cuatro días estuvo preso mi abuelo en la cárcel de Llaclla. Y
cuando le dieron libertad, murió en el camino a Chiquián, a consecuencia de la
herida.
–Mi
abuela, con valor a toda prueba se hizo cargo de la hacienda, mandando a mi
padre a Huaraz, para que siguiera estudiando, quedándose acompañada de mis tíos
Juan, Scipión, Enriqueta y Rosalía.
–Me cuentan
muchos que mi padre era muy estudioso, figurando siempre entre los más
distinguidos de la clase. Durante su época de colegial nunca demostró instintos
malos ni mucho menos predisposición para criminal. Al contrario, siempre supo
ser justo, medido con sus compañeros y enemigo de la menor injusticia. Tal es
así que debido a una de éstas se vio obligado a dejar los libros, abandonando
el porvenir brillante que, dadas sus condiciones le auguraban.
–De
regreso a la hacienda de sus mayores, se dedicó a los trabajos de campo, con
singular ahínco. Liberó de toda preocupación a su madre y se hizo cargo de todo
cuanto concerniera a las propiedades de la familia. Es aquí donde comienza a
germinar el odio hacia los demás. Como mi padre desde el primer momento trató
de poner orden en los enredos limítrofes con las haciendas, parece que encontró
resistencias en los otros hacendados. Y fue el momento en que aparecieron las intrigas
y los pleitos tan comunes en la sierra.
Hasta se intentó muchas veces mermar las tierras patrimonio de mi padre,
mediante influencias políticas. Pero ni aún así se pudo dominar su carácter
altivo. Cuanta acechanza se le tendió, cuanto medio creyeron eficaz los
enemigos de nuestra familia, se estrellaron contra su hombría a toda prueba.
REVOLUCIONARIO
–Las
cosas así, rencores y enemistades por todas partes, mi padre, que ya gustaba de
intervenir en la política y tenía contactos con los descontentos de la subida
de Romaña al poder, recibió cartas de amigos de Lima, instándolo a que reuniera
gente y se levantara en armas. No pensó mucho. Y días después, con su propio
dinero consiguió una partida de 25 hombres, saliendo a recorrer todos los
pueblos cercanos, a fin de hacer propaganda política y buscar adherentes a su
misión. Con esto se llevó la fama que más tarde habría de serle fatal. Mi
padre, al llegar a cualquier localidad, imponía cupos a los comerciantes ya sea
en dinero o en artículos. Enseguida reunía al pueblo para distribuirle todo,
sin que su gente tomara siquiera un alfiler. Y así de pueblo en pueblo, siempre
recibido con gran algazara por sus vecinos, que ya sabían cómo procedía Luis
Pardo. Como es natural, sus adversarios políticos y sus enemigos por intereses,
se encargaron de hacerle atmosfera de facineroso.
Abortado
el movimiento, mi padre fue preso en Supe y llevado a Lima en calidad de
detenido político. Pocos meses estuvo en la cárcel, pues no faltó quien hiciera
gestiones ante el gobierno y consiguiera su libertad bajo fianza.
ARROJADO AL BANDOLERISMO
–Al
llegar nuevamente a Pancal, mi padre volvió a las luchas de hacendados. Se
encontró con adversarios más avezados, que exhibían como arma el fracaso
político que acababa de experimentar. En situación ventajosa, no se desanimó.
Pero ya las emboscadas se hacían más difíciles de salvar.
Hasta que por
fin ocurrió lo que habría de determinar que mi padre fuera puesto fuera al
margen de la sociedad. Aprovechándose de uno de sus viajes, los enemigos de mi
padre obraron con tal maña que lo hicieron aparecer como culpable de una muerte
de la que era completamente inocente. Preso mi padre fue encerrado en la cárcel
de Chiquián.
Pasaron
meses, que supo soportar pacientemente, sin emitir una queja. Desgraciadamente,
las gestiones que se verificaban en Harás para conseguir su libertad no
parecían tener el menor éxito. Ya mi padre llegaba al límite de la paciencia.
En eso supo que un mayor de ejército, amigo suyo, acababa de llegar le mandó un
papel, en los siguientes términos: "Sé que acabas de llegar a esta tierra
de bandidos y miserables. Espero que vengas visitarme a mi casa, la cárcel, para
recordar algo de nuestra infancia"
—Frente a su
amigo, contó todas sus penurias. Terminando por decirle que estaba decidido a
escapar. "Ni lo pienses,- Luis. Si lo haces, todos se aprovecharán para
decir que tu fuga significa culpabilidad" fue el consejo del que él
pareció adiar. Pero dicen que el amigo le había !levado licor, para pasar el
rato de manera agradable. Cuando la visita se hubo marchado, —ya no se pudo
aguantar más y escapó, a caballo, mientras todo el pueblo gritaba: "i Se
ha ido Luis Pardo...! Se ha ido Luís Pardo...!
—Parece que todo
se confabuló en su contra: la orden de libertad hacía días que la tenía el
gobernador en el bolsillo, pero no quiso darle cumplimiento, porque era su
enemigo declarado. Fugado Luis Pardo, era fácil decir que era el verdadero culpable
Y por lo tanto forzoso era perseguirlo.
FINAL
—Comenzó
entonces su vida triste y agitada. Declarado bandolero, sin embargo no tenía
miedo de para en su hacienda Pancal pues estaba seguro de que nadie se atrevería
a ir a tomarlo allí. Pese a que la mayor parte el tiempo lo pasaba en su
propiedad cuanto asalto, robo o asesinato ocurría en diversos sitios, le era
inmediatamente cargado a su cuenta. Por toda la república el nombre de Luis
Pardo era conocido como el de un bandolero desalmado. Tanto se hizo, que el
gobierno ofreció premio al que lo entregara vivo o muerto. Y esto despertó la ambición
de mucha gente. Entre ella, a uno cuyo nombre se me escapa, conocido por el
apodo de Toromasote, hombre que no conocía la piedad y que
presumía de valiente. Al mando de numerosos gendarmes, Toromasote se constituyó
en Chiquián., donde aseguró que se comería vivo a Luís Pardo. Inició la
persecución, y la hizo con tanta saña, que hubo frecuentes encuentros y combates
con él. Sin embargo, nunca logró cogerlo sin salida. Por el contrario, mi
padre, en un rasgo de magnanimidad, le perdonó la vida, en una escaramuza en
que lo había desmontado dando muerte al caballo. Y le dejó su mula, para que
regresara montado a Chiquián. Después, Toromasote exhibía su kepi aguiereado
por una hala de mi padre, declarando que había puesto en fuga al famosos Luis Pardo.
ACCION NOBLE DE LUIS PARDO
—Ya Toromasote
no quería saber mucho de mi padre y no salía sino rara vez de Chiquián. Se
quejaba de falta de fuerzas para combatir a quien nunca más, desde su época de
revolucionario, volvio a tener compañeros de aventuras, pese a haberse dicho
que era jefe de una banda organizada.
—Desde Lima se
mandó a Chiquián una sección de gendarmes al mando del teniente Waltone quien
tras mucho deambular, consiguió encontrarlo una tarde. Waltone estaba
acompañado por unos cuantos de sus hombres, mientras mi padre se hallaba sólo.
No obstante, el combate se realizó. Muy bien pudo voltear las espaldas, pero
nunca le pareció digno, así fueran numerosos sus enemigos. Después de un serio
tiroteo, Waltone y sus hombres se encontraron faltos de municiones. Mi padre,
que se había dado cuenta del detalle, se acercó a Waltone, que estaba herido en
un brazo y le dijo “No te mato porque eres un valiente. Tu cumples tu deber al
perseguirme”. Y sacándose del cuerpo un riquísimo poncho aladió: “Guarda esto,
como recuerdo de Luis Pardo”.
EL PRINCIPIO DEL FIN
Tan pronto Luis
Pardo era visto por Chuquián como por Huarás,. Cajatamboo, Cerro de Pasco, Huánuco
y mucho, otros lugares. Pero perseguido siempre con verdadero encarnizamiento.
Ya esta existencia se le hacía dura. Todo el tiempo, lleno de inquietudes, sin poder
dormir tranquilo unos minutos. Era para desesperarse. Ante esa situación, la
familia se reunió en Pancal: para celebrar concejo y ver la forma de solucionar
el problema. Y entonces, se acordó unánimemente, que mi padre viajara a Lima,
para hablar con el Presidente Pardo y ponerse a disposición de las autoridades.
—Como mi tía
Rosalía tenía que venir a Lima, se resolvió que, partiera junto con su hermano
Luis y un peón de la hacienda. Y una tarde, la última que vería Luis Pardo,
salió el conjunto, poseído del optimismo más grande y de grandes esperanzas.
LA MUERTE
—Serían más o
menos las doce de ese día, cuando mi padre, su hermana y el peón, llegaron a un
brazo de río. Se detuvieron los viajeros, para darse un descanso. Mi padre se
quitó las botas, para lavarse los pies. Y cuando daba fin a la operación, se
oyeron varios balazos y algunos proyectiles se estrellaron cerca de donde estaba. Rápidamente, se puso
las botas. Y despidiéndose de su hermana, le ordenó que regresara a la hacienda,
que estaba cerca. Mi tía, a pesar de que Luis Pardo se negaba a ir acompañado,
insistió que llevara al peón. Y por no perder tiempo, mi padre accedió.
—Antes de tomar
una dirección, había fijado cual podría convenirle. A pesar de que esto era
utópico, pues estaba rodeado por todas partes, se metió al río, para vadearlo y
tratar de conseguir un asilo. En tanto, pudo conocer quiénes eran sus
perseguidores: vecinos de Cajacay y Huarás, comandados por Juan Manuel Sotelo,
otro de sus encarnizados enemigos.
—No había más
salvación por el momento, que meterse en una cueva. Y así lo hizo con la
clavícula rota de un balazo y otra herida en la mano, seguido del peón que
asustado, lloraba a mares. Instantes más tarde, todos los que habían copado a
mi padre estaban frente a la entrada de la cueva, preparando cartuchos de
dinamita para desviar el rio y ahogar a los refugiados o en su defecto aplastarlos.
—Toda
resistencia era inútil. Comprendiéndolo así y para poder mirar de frente a la
muerte, optó por salir de la cueva: Casi arrastrando sacó al aterrorizado peón
que le acompañaba. A la vista de los estupefactos sitiadores, que no lo veían
salir en actitud de vender cara su mida, mi padre apuntó al peón con su
revólver. Al momento de disparar, le dijo: "Antes que mueras a manos de
estos miserables, te mato yo...”
—El
pobre hombre, doblemente muerto por el miedo y el balazo, rodó fulminado.
Enfrentándose a Sotelo añadió: "Mt rindo...” Sotelo, recuperada su sangre
fría, comprendió que se le presentaba el momento oportuno de deshacerse de su
odiado enemigo. Con una sonrisa siniestra, empuñando e! revolver, contestó lentamente:
"No, bandidos como tú deben morir” y a boca de jarro, lo acribilló a
balazos, hasta que su arma quedó sin munición. Mi padre no sufrió. Su muerte se
produjo instantánea.
—No bien acabó
la tragedia, Sotelo hizo que sus hombres amarraran los dos cadáveres a la cola
de otros tantos caballos. Y arrastró en triunfo hasta la misma plaza mayor de
Chiquián los despojos del formidable bandolero, terror de tantos hombres guapos,
como si se tratara de un gran trofeo de combate...
VALENTÍA
---El drama no
había terminado. Todo Chiquián se volcó en la plaza para ver el cadáver de Luís
Pardo y entre los primeros que acudieron estuvo el valiente Toromasote. Frente
a los restos del hombre que le había perdonado la vida, Toromasote se permitió
la hazaña que no pudo en vida de Luis Pardo: meterte dos balazos en la cabeza y
volarle los sesos que fueron a estamparse en las paredes de la cárcel. Para
decir después, a boca llena que él había matado al temible bandolero.
Luis Abelardo
Pardo Sinconega ha llegada al final de su narración. Se muestra fatigado y
abatido:
--Varios días se
exhibió a la intemperie su cadáver. Y mientras los gallinazos revoloteaban
atraídos por el olor descompuesto, las
autoridades se encargaban de- detener a toda la familia y a cuanta persona
decía: "¡Pobre Luis Pardo…!”
—Por fin, cuando
ya todo el mundo se cansó del macabro espectáculo se permitió que la familia
—víctima de torturas y vejámenes inenarrables— diera sepultura a sus tristes
despojos.
Unos minutos de
recogimiento de Luis Abelardo Pardo, indican, que ya es hora de dejarlo tranquilo
y no pedirle más recuerdos tristes.
R. N. S.