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Licenciado en Educación - Historia por la UNMSM y diplomado en Estudios Musicológicos Peruanos por el Conservatorio Nacional de Música. Estudios de Musicología en el Conservatorio y en la Universidad de Ginebra. Publicaciones: - El Misterio del Cóndor - Método de Guitarra Andina Peruana - Diversos artículos en revistas y periódicos. Conferencia Magistral sobre El Cóndor Pasa… en el VI Congreso Internacional de Peruanistas en el Extranjero. Georgetown University (ATP) Y diversas conferencias en el país. Actualmente está enfocado en investigar la historia de la música popular en la ciudad de Lima.
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jueves, 22 de noviembre de 2018

EDITH PIAF Y EL VALS CRIOLLO




    El 30 de diciembre de 1958, en la revista “Caretas” se publicó un artículo que hacía referencia al vals “La Foule” grabado en discos  por Edith Piaf “el gorrión de París”. El redactor de la nota destaca que ese vals que era presentado como “valse péruvienne” (vals peruano).





            La versión de Edith Piaf puede escucharse en este enlace:

 https://www.youtube.com/watch?v=6PX1OPPp8fc

Acá muestro imágenes de la partitura de ese vals. Se lee “valse peruvienne” y se señala  a Ángel Cabral como compositor de la música:




Víctor Hurtado Riofrio encontró que Ángel Cabral fue un guitarrista y compositor argentino nacido en 1911 en Buenos Aires y cuyo verdadero nombre fue Ángel Amato. Él compuso la música vals “Que nadie sepa mi sufrir”, la letra fue obra de Enrique Dizeo también argentino.

         “Que nadie sepa mi sufrir” fue grabado para el sello Odeón por la Orquesta de Alfredo De Angelis que tenía como cantante a Carlos Dante. (Disco: 55878-B Matriz:19302. Fecha: 18/12/1953). Puede escucharse en este enlace:


          Si los compositores fueron argentinos ¿Por qué pusieron “vals peruano” y/o “Tiempo de Valse peruvienne”? La respuesta —como la adelanté en 1999 en un escrito titulado “Mecanismos armónico-melódicos del vals peruano”— está en la configuración rítmica usada en la introducción de la canción, tanto de la grabación de 1953 como en la interpretación de Edith Piaf:

1.- “Que nadie sepa mi sufrir” – Introducción:

2.- “La foule” - Introducción:

    Lo que resalta es que ambas introducciones poseen un “ostinato rítmico” formado por negra corchea en el primer caso:



 y corchea negra en el segundo:
      El resultado —en ambos casos— es que se crea una sincopa en el compás de 3/4. Esta figuración rítmica  es peculiar al vals criollo peruano. No existen en los valses peruanos del siglo XIX ni en otro tipo de valses. 

       Por eso para darle el sabor peruano, el compositor y el arreglista utilizaron esas figuras rítmicas.

Finalmente trascribo el artículo de CARETAS

EDITH PIAF Y EL VALS CRIOLLO

En: CARETAS 30 de diciembre de 1958 -20 de enero de 1959

                Un valse peruano, posiblemente inspirado en la veta inmortal de Pinglo, está haciendo furor en París. Los triunfos internacionales de nuestra música popular son tan frecuentes que tal noticia no debe llamarnos la atención. Pero, hay que admitir que la grata nueva tiene sus particularidades.
                Desde hace mucho tiempo, el Music Hall Olympia es el templo donde lucen las diosas de la canción bella y ligera. Visitar a la Ciudad Luz, por eso, es acudir allí para embriagarse en la melodía y aplaudir, una vez más, a Edith Piaf, aquella diva de lo popular para quien, ya en la cincuentena, no llega el crepúsculo.
                Pues bien, esta temporada, Edith apareció ante su público y volvió a triunfar con un repertorio heterogéneo y especialmente con una novedad: un valse quimboso, bonito e importado. No son raras estas incursiones de la genial cantante, y precisamente la variedad es uno de los factores que contribuye a inmortalizarla ante un gran público que la aplaude en la Ciudad Luz, en Nueva York o en cualquier otra urbe mundial. Pero, aquella noche, si cabe el término, el éxito fue mayor, y también distinto el sabor de la melodía. Cuando finalizó la fiesta, porque eso fue, uno de los concurrentes se acercó a la correcta estrella y le hizo algunas preguntas. Una de ellas acerca del origen de aquel valse. Edith, con una sonrisa en los labios, dijo: "Es un valse peruano". Y agregó: "Está inspirado en una pieza de Felipe Pinglo...".                  
                Hay que imaginar la alegría del concurrente al Olimpia, si además de aficionado era nacido aquí, a orillas del Rímac. Siguió inquiriendo sobre el simpático motivo, y supo entre otras cosas, que la canción de moda esta temporada gustaba mucho a la intérprete y a los parisienses. Una explicación acotó la estrella: “Solamente le hemos cambiado letra...".
                CARETAS escuchó la triunfal composición y seguramente muchos de sus lectores comparten esta satisfacción, puesto que ella está corriendo por el mundo entero en un long play. En la voz un poco madura de Edith, la pícara interpretación adquiere más brillo; es, sin exageración, un poco más linda. Figura corno su autor A. Cabral. Sobre este verso ha surgido el arreglo exitoso de la Piaf. Varios nombres se mezclan en este torneo, en el cual, y de todos modos, sale ganando nuestra música que ya con mucha frecuencia va por los caminos de la tierra, segura y hermosa y con rubricas famosas: Pinglo, Chabuca Granda, Alicia Maguiña, Márquez Talledo, y muchos más.
                La Piaf es sinónimo de buen gusto y de fama internacional. Si ella seleccionó y puso unas galas en la producción oriunda del Perú, evidentemente es por algo. La advirtió con elegancia y solicitud el diablillo de la inspiración. De no ocurrir así, el valse jamás habría triunfado en el Olimpia juntamente con la ilustre artista. Si algunas personas dudan de la aseveración habrá que contarles lo ocurrido con "El Acordeonista". Su autor dice que llevó la composición, escrita especialmente para ella, a las 7 de la noche, y que, al volver a las 4 de la madrugada siguiente, la encontró cantando por vigésima vez esa melodía, más tarde transformada en una de sus grandes creaciones. Todo esto sucedió en 1940.
Acaso, para precisar un poco más el tamaño del acontecimiento del Olimpia, haga falta hablar un poco de la intérprete, de su calidad, de su persona.
La Piaf, que es hija de saltimbanquis, vio la primera luz en Argel, y hace rato pasó los maravillosos 30 años de que hablaba Balzac; como su amigo y admirador Chevalier, ella es una vieja muy joven. En Casablanca las gentes hace mucho que la conocen. Algunos veteranos la vieron en las aceras y la oyeron cantar desde que vivía su abuelita, artista también. En esa época una tragedia envolvió su vida, estuvo a punto de quedar ciega. Luego, hubo de sobrellevar otra; como las canciones callejeras no producían lo suficiente para vivir, Edith fue mariposa de la noche, compañera de solitarios y aburridos. Estos la pagaban también por cantar.
Edith, según sus numerosos biógrafos, empezó a cantar en 1935. Las gentes en París y cien ciudades recuerdan sus entradas triunfales y la tempestad de ovaciones que arrancaba "Mon Légionnaire", un aire sentimental sobre la existencia de aquellos ex-hombres, con los cuales la vida, la novela de aventura y el cine ha hecho tantísimo. La taquilla fue fiel con la artista y sus triunfos se convirtieron en corrientes.
De la acera dio un salto formidable, hacia ciertas salas importantes, y después a Paris. Después de la muerte de Marcel Cerdan, campeón de box, y vencedor del corazón de Edith, ella se dedicó a coleccionar cantantes, explican sus desenfadados "estudiosos". En realidad, ella que sabe cantar, los seleccionaba.
Muchos son los hits de la estrella de luz inextinguible. Así "El gran viaje del pobre negro", "El pequeño señor triste", "Ella frecuenta la calle Pigalle", y otros. Enumerarlos sería señalar hitos de una carrera casi sin imitadores. Al lado de Patachou, Juliette Greco, y muchas otras, se alza particular e inconfundible, es Edith Piaf.  
Sobre sus costumbres algunas revistas suelen escribir con desenfado. Aseguran que presenta en el Olimpia en cada temporada un cantante apuesto, y a quien da su visto bueno a cambio de ciertos favores. Pero en París estas cosas no se recuerdan, en cambio sí que, con Chevalier, Edith es, en el género, lo más grande que tiene Francia.
El valse "péruvien" se llama "El Gentío" (La Foule). Y, como repetimos, es tan lindo, que luego de que la Piaf lo arregló y puso en su repertorio internacional, ha gustado y sigue siendo el preferido de un público exigente y conocedor.
LA MUCHEDUMBRE
Vuelvo a ver la vida en fiesta y en delirio,
sofocante bajo el sol, bajo la luz.
Esperando, en la música, las risas,
que estallan y rebotan junto a mí.
Y perdida entre esa gente, que me aprieta,
aturdida, solitaria, quedo allí
y de pronto me doy vuelta, él se da vuelta,
y me quedo entre sus brazos enlazada

Llevada por la gente, que nos deja
y nos regresa,
apretados uno al otro,
no formamos sino un cuerpo.
Y el impulso sin esfuerzo nos empuja encadenados
Y nos deja agotados, enervados y felices...

Y envueltos por la gente
que se lanza y que danza
una loca farándula,
nuestras dos manos unidas
al igual que nuestros cuerpos
que se caen o se evaden,
agotados, enervados y felices...

viernes, 2 de noviembre de 2018

“PAN FRÍO” Y “EL CANCIONERO DE LIMA”


ESBOZO DE LA BIOGRAFÍA DE MARIANO VELANDO

El popular “Pan Frío” y su ingénita bondad

Mariano Velando el popular "Pan Frío"
("El Comercio, 24/07/1934)


       “El cancionero de Lima”, es considerado por todos los investigadores de la música criolla limeña como el más importante de los que han existido. Numerosos autores le han dedicado artículos y lo han citado en sus trabajos, entre ellos Gerard Borras, peruanista francés quién  en el año 2006 escribió “El Cancionero de Lima, “semanario festivo popular” ou les limites du genre[1] y en el año 2009 publicó un libro sobre el vals y la canción criolla con el título original  de Chansonniers de Lima. Le vals et la chanson criolla (1900-1936)[2], que traducido al castellano vendría a ser: Cancioneros de Lima. El vals y la canción criolla (1900-1936). Por su parte Fred Rhoner en su Tesis doctoral señala: “Entre todos los cancioneros publicados desde la última década del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, el más importante de ellos ha sido El cancionero de Lima” (Rhoner 2016: 52) y Darío Mejía y José Félix García y otros lo han utilizado largamente para sus publicaciones en Internet.

             En el mes de julio de 1934, varios periódicos de Lima publicaron notas comentando las “bodas de oro” de “El Cancionero de Lima”. Borras, en su libro citado líneas arriba, Borras ha citado algunas, comenzando por “La crónica” del 15 de julio:
Cumplió ayer 50 años de su fundación el semanario festivo "El Cancionero de Lima" Con motivo de haber celebrado el 50° aniversario de su fundación, el semanario festivo titulado "El Cancionero de Lima", la Imprenta y Librería Ledesma, donde se edita esta publicación, ha lanzado una edición extraordinaria que ha sido puesta en circulación desde el día de ayer. El número extraordinario de "El Cancionero de Lima" contiene un suplemento ilustrado con artistas de la pantalla.
Ahora -15 de julio 1934
El 13 del presente cumplió 50 años de vida el popular semanario "El cancionero de Lima", con tal motivo sus editores han dado a la estampa un Número extraordinario, publicando las canciones más en boga.
La Tribuna- 24/07/34. 
Llegó al 1000 el cancionero limeño.
Nos complace consignar la noticia.

"La Crónica" 15/07/1934. 

             “El Comercio” publicó el 26 de julio un artículo referido a Mariano Velando, apodado “Pan Frío” que fue un vendedor de “El Cancionero de Lima”. El artículo escrito por el periodista Benjamín Romero, bajo el pseudónimo de “Vinicius”, es, aparte de una biografía de “Pan Frío”, una mirada “desde la otra vereda” a lo que significó “El Cancionero de Lima”. Romero acusa  al “Cancionero de Lima”   y a Pan Frío” y de “hacer el peor de los daños al propagar por ganarse la vida una serie de canciones que no representan ni pueden representar jamás la masa popular peruana”.

Razón no le faltaba a “Vinicius”, “El Cancionero de Lima” comenzó (en 1884, si tomamos en cuenta que en 1934 festejaba sus cincuenta años) dando a conocer letras de canciones de  zarzuelas, y, en la época que Basadre llamó “El período crítico de la canción criolla, en ese cancionero se publicaban en forma abrumadora letras de tangos, one-steps, fox-trot y canciones mexicanas. Poseo cincuenta números correlativos de “El Cancionero de Lima” (del N° 750 al 800), encuadernados en un tomo que fueron publicados entre octubre de 1929 a Octubre de 1930: un “conteo rápido” arroja que sólo un 17% de las canciones publicadas es música peruana… Habrá que hacer un análisis más profundo, una “crítica de la fuente”, tarea pendiente. Por el momento los invito a leer el artículo de “Vinicius”, del que he extraído los más jugosos fragmentos.

ESBOZO DE LA BIOGRAFÍA DE MARIANO VELANDO

El popular “Pan Frío” y su ingénita bondad
               

Nació en la humildad. No recuerda nada de su Infancia y apenas si en Su memoria revive, de cuando  en cuando, la mocedad Está viejo, achacoso, vencido por la vida)

Lector:
       Este que ves aquí  es uno de los pocos hombres representativos que aún existen de la Lima antigua. Tú le conoces. Su figura  pequeña desmedrada, ingenua (no es paradoja una figura ingenua) te es familiar. Ambula por las calles de Lima demostrando un admirable estoicismo de la vida. (…).

Lector:
    (Este que ves aquí es Mariano Velando, generalmente conocido en Lima por el nombre de “Pan Frío”. Cancioneros bajo el brazo. Bolsa de cartón en una mano. Periódicos cabe el siniestro brazo Corrientemente vestido dentro del estilo típico del antiguo “cachaco” limeño. Bastón, si a eso se le puede llamar bastón de fierro, que le sirve para poner en la bolsa las colillas de los cigarros que recoge en su ambular nocherniego).
       Nació en  Huánuco. De su tierra a la ciudad del Lima, vino a decir de él “a la altura de una mesa” Queda entendido que la altura de la mesa es relativa e incondicional (…).

       De niño le conocimos. ¿Quién en Lima no ha escuchado a “Pan Frío”? Vagaba, todavía sigue vagando por las calles. Es el hombre que para salvar su vida y vivir su mezquina y ridícula pobreza (verdad se llama esta figura: toda pobreza es ridícula), vende “El Cancionero de Lima”. Y va haciendo conocer a las gentes ignaras y mediocres: las huachafitas, las horteras, las hetairas baratas, las cocineras, las sirvientas de todas las casas, los mozos de hotel y las “blanquitas” más o menos bien, las últimas rumbas, los mediocres tangos, las insignificantes canciones cubanas, así como las sugestivas mexicanas.
                En cierta oportunidad, Mariano Velando, a quien le faltan entonación, gracia, alegría y buen humor, ambulaba por las calles de Lima entonando con su voz rara y grotesca una canción colombiana: “Flores negras”:

“Oye bajo las ruinas de mis pasiones
y en el fondo de esta alma que ya no alegra
nacen estremecidas mis flores negras
…………
           Y las gentes se disputaban el cancionero popular para aprender la canción de moda. Valía la pena por dos centavos, que costaba por esa época el cancionero de Ledesma, saberse la canción de moda. Y don Mariano Velando, como el Segismundo de ese señor que se llamó don Pedro Calderón de la Barca, comprendiendo que “toda la vida es sueño”, y  “los sueños, sueños son”, hacía su mercado de canciones baratas. En su vida íntima, en su recogimiento espiritual, en su YO efectivo, Mariano Velando, pobre hombre del pueblo, pensaba “Pobrecitos, no saben que todo esto es mentira, que no hay nada real ni en la vida ni en la muerte, y que en el fondo del alma nada puede alegrar a los seres humanos!!!”.
                Después llegó a Lima, como novedad, impresa en discos, otra canción. Argentina era. Y “Pan Frío” la voceaba por las calles:

                “Celebro que se ha muerto Garibaldi pum,
                Graribaldi, pum…”[1]

      Se hizo popular la canción, la encontrábamos en todas partes como aquella “Ramona”, en todas partes. En la casa, en los salones, en loe cabarets, en las cantinas, en el silbido de los mozos de cuerda v en la entonación de los hombres bien, estaba latente, completa, definitiva, pesada, antipática. Y Mariano Vetando estoico, concluyente y terminante ambulaba por la ciudad recordando a Garibaldi y al famoso “Pum”.
               
Últimamente el Mundo está inundado por la rumba. El tango, el fox, el one-step han venido a menos. La rumba y el baile hawayano son los que se imponen. Y es entonces que llegan a Lima aquellas canciones. Y Mariano Velando, sutil e incomprendido, sigue vagando por la ciudad y obsequia a todas las gentes que le quieren hacer la merced de comprarle un cancionero con aquello de:

“¡Ay mamá Iné,
Ay mamá Iné,  
todo lo negro,
tomamo café...”

Seguimos a “Pan Frío” en su vagar de vendedor de cancioneros.

Él por decirlo así, dentro de su ignorancia y su modestia, ha contribuido a hacer el peor de los daños, al propagar por ganarse la vida una serie de canciones que no representan ni pueden representar jamás la masa popular peruana. Después de Mariano Melgar, el incomparable autor de los yaravíes, somos, y es triste decirlo, un pueblo cuya musa y cuya inspiración, se han perdido. Es cierto que tenemos el “tondero”, la “marinera”, la “cashua”, el “huainito”,  pero son canciones esencialmente regionales. No pertenecen al momento actual,  incapaces son de captar la emoción espiritual de la vida presente. En nuestras fiestas, en nuestras juergas, en nuestras “jaranas”, siempre necesario acogerse a la canción extranjera. Hay quien habla con orgullo del vals limeño. Es Muy cierto. Pero entendemos que en lo que va corrido del siglo actual, ninguno de nuestros poetas, ni siquiera de nuestros  versificadores, ha escrito la letra de una canción que podríamos llamar absolutamente limeña. No. la culpa no es de “Pan Frío”. Es de quienes mercan esos cancioneros grotescos y risibles, con fotografías de artistas de cinema, y escritos por hombres que no tienen el tino de comprender y de imaginar lo que es una emoción espiritual.
               
                (…Mariano Velando) nos muestra un cancionero, ahora vale diez centavos: No cabe duda que una fotografía de Perla White, de John Barrymore o Lupe Vélez “visten” mucho.

                ¿Cómo vive?…. ¿De qué vive?....
                Fácilmente. Ha hecho de la canción barata su modus-vivendi. Viaja en tranvía y abona su pasaje con un cancionero. Va a los cafés del mercado y realiza su transacción: una canción por una “butifarra” (…).
                Tu mejor y más definitivo epitafio será para las generaciones venideras el relato de los abuelos:
—Hubo en Lima un hombre bueno, que andaba vendiendo cancioneros y cantando una copla ya olvidada…
— ¿Cómo decía?

“Leña de los diablos
¿Por qué no quieres arder?
Maldita leña, maldito leñador
que me hace padecer”



[1] Pum Garibaldi Shimmy, letra de  Vielich – Brancatti y música deLía Acuña de Andreoni. Grabada en 1926 por Ignacio Corsini https://www.youtube.com/watch?v=tLYFHNFL4UE





[1] Capítulo XX del libro electrónico  L'IMPRIMÉ ET SES POUVOIRS DANS LES LANGUES ROMANES Publication sur OpenEdition Books : 19 septembre 2016 disponible en : http://books.openedition.org/pur/39839
[2] La versión en español recién apareció el año 2012 con el título de Lima, el vals y la canción criolla (1900-1936).

sábado, 2 de junio de 2018

LA LLEGADA DEL VALS AL PERÚ



LA LLEGADA DEL VALS AL PERÚ[1]

Luis Salazar Mejía

 En el presente trabajo, utilizando escritos de viajeros que estuvieron en el Perú la primera mitad del siglo XIX, escritos que no han sido tomados como fuente en ninguna investigación a pesar de que algunos historiadores como Basadre y Núñez llamaron la atención sobre la importancia de sus relatos, se va a documentar la llegada y difusión del vals en el Perú en la primera mitad del siglo XIX, llegada que se produjo no sólo a Lima o Arequipa, como se creía, sino que ya en esa época el vals era bailado en casi todo el Perú. Esperamos que esto ayude a entender mejor las dinámicas de construcción de identidades y los cambios en la utilización del vals como elemento distintivo y diferenciador de los grupos sociales a las que este género ha estado sujeto desde ese entonces.

En la historiografía de la música peruana existen numerosos vacíos de investigación. Uno de esos vacíos está relacionado a un género musical que siendo creado en el extranjero se peruanizó conservando su nombre: El vals. Esta transformación fue producto de un largo proceso que no ha sido debidamente documentado. En los primeros estudios sobre el vals, en la década de 1970, se acuñó  la idea, de que el vals llegó a Lima a mediados del siglo XIX (Santa Cruz 1977, y otros).  Recientemente se han publicado dos textos relacionados con el vals (Llorens y Garrido 2009; Borras 2009), pero ninguno aborda el período de gestación del vals, sino más bien estudian el vals a partir de fines de siglo XIX y de principios del siglo XX. Para tratar de cubrir ese vacío se ha recurrido a  los escritos de diversos viajeros que estuvieron en el Perú en el período señalado, los que han sido ordenados de manera cronológica. El lector interesado en profundizar el tema puede remitirse directamente a ellos.

El vals, cuyos orígenes se remontan a danzas campesinas alemanas y/o francesas del siglo XVIII como el ländler y la volta, se adueñó de los salones europeos en el siglo XIX y a partir de entonces comenzó a  expandirse al mundo entero. Según Hugo Riemann: “la fuerza de penetración del vals tiene una relación directa con las repercusiones sociales de la revolución francesa y de la reestructuración sociohistórica del siglo XIX” (En  Hess, 2004, p. 63).

También fue a  comienzos del siglo XIX que el  vals tomó características nacionales. Se distinguía el vals francés, el vals alemán y  también el vals español, aunque la jota fue muchas veces confundido con el vals. Ese, o esos, fueron los valses que llegaron al “Nuevo Mundo”.

El vals llegó a América a principios del siglo XIX. Carlos Vega, musicólogo argentino, en su obra El origen de las danzas folclóricas, cita testimonios  sobre el vals que se  bailaba en Buenos Aires entre 1804 y 1806 (Vega, citado en Hess, op.cit, p. 128). Por otro lado, tenemos el relato de viajes del inglés  William Stevenson, quién estuvo en Chile, Perú y Ecuador entre 1804 y 1824.  En 1808, en Guayaquil, escribió lo siguiente:

“En especial el baile es una diversión que gusta a las personas de toda posición social, y en la noche no faltan arpas, guitarras o violines que hagan oír sus ritmos en casi todas las calles de la ciudad;  a diferencia de lo que se podría esperar en una ciudad de los trópicos, la gente aquí prefiere los valses y los bailes escoceses a cualquier otro tipo de baile. (Stevenson, 1994, p.366).
     
Stevenson estuvo en Lima y recorrió la costa peruana desde Lima hasta el Ecuador, Cajatambo, el Callejón de Huaylas, Conchucos, Huamalíes y Cajamarca, pero no menciona el vals, sino otras danzas. ¿Es que no se bailaba el vals en el Perú de entonces, o no tuvo oportunidad de observarlo? No podemos dar una respuesta a esa pregunta aunque nos inclinamos a creer que, si el vals ya se bailaba en Argentina y Ecuador, era muy probable que también se bailara en el Perú, sólo que Stevenson, no lo vió bailar (Los viajeros como él no investigaron sobre la música y/o danzas sólo describían lo que veían en sus viajes).

Oscar Flores Calderón, autor del libro Historia y belleza del criollismo afirma que en 1814 se creó el vals “Cadenas de amor” con versos fraccionados de Melgar y música de Emiliano Condeso (Flores, 1991, p. 27). Lamentablemente Flores no cita la fuente de donde ha obtenido ese dato; más adelante, en la pequeña biografía de Melgar que se encuentra en su libro, dice que Emiliano Condeso “sacó a luz el vals “Cadenas de amor” en 1820 y que existe una edición del año 1879 en la biblioteca Lilly de la universidad de Indiana (ibíd., p. 116).

En 1946, En “Fénix”,  Revista de la Biblioteca Nacional del Perú, se informó del donativo de una copia fotostática del manuscrito inédito del presbítero, nacido en Tenerife, Antonio de Pereyra y Ruiz quién fue Sacristán Mayor de la catedral de Arequipa y que en 1815 escribió estas líneas sobre los arequipeños y el vals:

“La disposición para la música y el baile  es buena pero no progresan en esto por falta de maestros. Sin embargo, el Minué, el Wals, el Bolero, el Zapateo, el Rin, la Contradanza y otros báyles de Europa, los báylan bien, pero nunca dan a su cuerpo la elegancia que en los báyles propios del país.” (Fénix 1946, p. 821)
           Manuel Acosta Ojeda, en un artículo sobre el vals (Ojeda, 1997), citó este documento, aunque, como parecía un documento aislado, no se le otorgó  importancia alguna; pero, como veremos más adelante, el vals, se bailaba no sólo en Arequipa, sino también, en Cuzco, Puno y también en Lima.

           La declaración de la independencia en Lima, el 28 de julio de 1821, causó júbilo en gran parte de la población limeña, lo que fue celebrado con bailes organizados por el cabildo y por el mismo San Martín; testigo presencial de ello, el viajero inglés Basilio Hall escribió lo siguiente:

Por la noche San Martín dio un baile en palacio, de cuya alegría participó el mismo cordialmente. (…) En palacio, la noche del domingo estaban las “tapadas” algo más adelante que de costumbre, pero en el baile del Cabildo, dado con anterioridad, la parte inferior del salón estaba llena de ellas. (Hall, 1950, p. 27)
                Se sabe que para estos festejos fue contratada una orquesta dirigida por Fray Cipriano Aguilar a quién se pagó la suma de 127 pesos;  también se pagaron 25 pesos al argentino Matías Sarmiento, músico mayor del regimiento Nº 8, del Ejercito Libertador “para ser distribuidos entre los músicos que tocaron el 28 de julio” (Gamio, 1971, pp. 318,323). ¿Cuál fue la música en esa ocasión? ¿El vals estaría presente en esos bailes? Aunque no se puede dar  una respuesta definitiva a esa pregunta, desde nuestro punto de vista creemos que sí.

El relato del viajero inglés Robert Proctor, quien llegó a Lima en mayo de 1823, puede ayudarnos a tener idea de cómo eran los bailes en esos años. Proctor, el 25 de ese mes asistió a uno dado por los argentinos residentes en Lima con motivo del aniversario de la independencia de su patria. A este baile asistieron los militares de todas las naciones que en ese momento estaban en esta ciudad. El relato es el siguiente:

“Las danzas españolas eran muy elegantes y los nativos generalmente tienen mucha gracia. Las parejas se colocan al estilo inglés antiguo pero el compás es de vals lento y las figuras son mucho más variadas  y complicadas. La música en esta ocasión a cargo de la banda del regimiento del Río de la Plata, era como pocas veces he oído mejor y aunque consideramos difícil para ejecutantes en instrumentos de cobre tocar tanto tiempo, sin embargo, estos músicos no solamente lo hicieron con facilidad, sino que también tocaban marchas en los intervalos. (…) Después de la cena se reanudó el baile, que continuó hasta el día.” (Proctor, 1998, p. 97)
Dos años más tarde, en Arequipa, en los bailes que fueron parte de la celebración de la independencia y del triunfo patriota en Ayacucho, el vals estuvo presente. Henrich Witt, viajero alemán que permaneció en el Perú desde 1824 hasta 1890, estuvo en esa ciudad durante las celebraciones y escribió lo que sigue:

“En el curso de este año se dieron muchos bailes en Arequipa, con el fin de celebrar la reciente independencia, así como para honrar a Bolívar y al ejército colombiano; yo asistí a todos ellos, incluso al que se ofreció al Libertador, en el techo de una hilera de casas que forman uno de los lados de la Plaza Mayor, al no haberse encontrado otro lugar lo suficientemente grande para albergar a todos los invitados. Me convertí en un perfecto adepto al lento vals español y, poco a poco, superé las dificultades de los bailes nacionales españoles.” (Witt, 1992, p. 77)

                El sábado 9 de diciembre de 1826, segundo aniversario de la batalla de Ayacucho,  Witt se encontraba visitando la ciudad de Puno y vio que “las damas y caballeros de Puno, estaban bailando en la plaza, (…). El retrato de Bolívar se encontraba bajo un pabellón y todo el tiempo los indios infatigables, caminaban y bailaban por las calles.” (Op. Cit.:115). Continúa su relato el domingo 10, con las siguientes palabras:

“Después de almorzar en la casa de Don Crowley asistí a un baile dado en la Prefectura. Aquí por supuesto estaba reunida la aristocracia de Puno, pero como ya mencioné más de una vez, entre las damas no se veía ni una sola cara bonita (…). En el salón destinado para el baile, el retrato de Bolívar colgaba de un pabellón y la habitación adyacente era para los caballeros (…). Los bailes fueron como de costumbre danzas españolas y valses; esta vez me aventuré a buscar una compañera para bailar vals y pienso que nadie debió tener queja sobre mi desempeño”. (ibíd., p. 116)

                En 1827 visitó Cerro de Pasco y Huánuco y por sus relatos sabemos que en esas ciudades  ya se bailaba el vals. El 15 de noviembre se encontraba en Cerro de Pasco y después de visitar los socavones de las minas de Yauricocha escribió:

“(…) Cuando regresamos, vimos que en casa de Francisco Vidal continuaban bailando y ya era como la media noche cuando entramos. Francisco de Paula Otero, primer Prefecto de Arequipa y en ese entonces del departamento de Junín, había llegado hacía algunos días y daba este día una cena, después de la cual Vidal había invitado a los asistentes a su casa. Me pareció que las mujeres que estaban presentes no eran de lo mejor, en mi opinión; tal vez dos o tres eran verdaderas damas, otras se me dijo que eran mantenidas como queridas y las demás pertenecían a un nivel todavía más bajo en la escala de la sociedad. Bailé un vals y un baile del país”. (ibíd., p.187)

Tres días después asistió a una cena donde bailó bailes típicos y un vals:

“A las 5 pm fuimos a casa de Francisco Vidal donde se había reunido un grupo de más o menos 20 damas y caballeros para cenar. (…), Miguel Rivas se sentó al piano, otro invitado tocó la flauta y estábamos de tan buen ánimo que nos paramos a bailar un baile típico; doña Teresa, la pareja de Vidal, era la única dama. Con ella bailé un vals y ambos llevamos bien el paso; no nos retiramos sino hasta que estuvimos completamente exhaustos, lo que aquí, donde el aire está tan enrarecido, ocurre mucho antes que en la costa”. (ibíd., p. 188)

Witt, viajero incansable, continuó su periplo y el 24 de noviembre llegó a la ciudad de Huánuco. El jueves 29  antes de continuar viaje escribió:

 “(…). Las Medrano nos había (sic)  hecho una cachasparri o fiesta de despedida. (…); los músicos consistían en dos violinistas y un guitarrista; teníamos ponche helado y mistela de canela, un licor dulce con sabor a canela, ambos traídos por Adalid. Moore y yo nos desvivimos en atenciones cada uno con su escogida; bailamos valses, danzas españolas e incluso danzas del país y era ya la medianoche cuando nos fuimos. No necesito agregar que nos entretuvimos divinamente”. (ibíd., p. 199)

Witt continúa su relato el Viernes 30, en la hacienda Quicacan, allí describió unos músicos que ya en ese entonces tocaban el clarinete y ejecutaban valses:

“ (…). Tan pronto como se recogió la mesa entraron dos hombres que empezaron a tocar el clarinete y a tocar valses, tan mal, que era difícil estar seguro de lo que eran. Dansay dio evidentes signos de su deseo de partir, lo que yo no tenía ganas de notar; por el contrario bailé valses con Agueda, luego con Andrea” (ibíd., p. 200)

Witt estuvo en el Cuzco los primeros días de febrero de 1828. Ahí, poseedor de buenas cartas de recomendación,  alternó con las principales familias de la ciudad. El martes 12 de ese mes, asistió a una fiesta en la casa de doña Eulalia Camara y escribió lo siguiente:

“Muchos de los caballeros presentes tocaban diversos instrumentos. Horas más tarde llegaron músicos y comenzamos a bailar bailes como la contradanza y el lento vals español; en ambos Moore y yo estuvimos perfectos, por lo que no tuvimos temor a alternar con los nativos; a la 1 am pasamos a otra habitación donde nos sirvieron sorbetes y otros refrescos. En resumen, desde nuestra partida de Lima no habíamos asistido a una fiesta tan bien dada y por esto regresamos a casa muy complacidos”. (ibíd., p. 257).

       Una semana después, continúa relatándonos sus reuniones con la alta sociedad cusqueña:

“Con nuestros conocidos los Piérola fuimos donde los mismos Barrela que el domingo anterior habían dado una fiesta. Poco a poco se reunió un gran grupo, y entre ellos ciertamente una gran proporción de jóvenes y hermosas damas. Me sentí muy a gusto y bailé todos los valses y danzas del país, de los que, para mi gusto hubo muchos”. (ibíd., p. 262)

Unos años más tarde, Eugène de Satigues, viajero francés, que estuvo en Arequipa en la misma época que Flora Tristán, escribió estas líneas, en 1834:

“Me acordaré siempre de un baile dado en gran parte en honor mío. (…) comenzó el vals y quise valsar a la alemana, como se baila en todas partes en Europa. Mi compañera, después de tres o cuatro saltos fuera de compás, declaró sin aliento que jamás había oído hablar de un movimiento de vals tan violento y que le era completamente imposible seguirme. A propósito de esto me hicieron muchas preguntas sobre el vals en Europa y me rogaron valsar como en París. Una señora más valerosa que las demás se decidió a servirme de pareja y empezamos. No habíamos recorrido la mitad del salón cuando mi compañera se detuvo de improviso y se sentó en un sillón riendo a carcajadas. Los espectadores hicieron coro y yo con ellos de buena gana. Su vals es muy lento, con muchos contoneos y está enriquecido con toda clase de movimientos de los brazos y de los hombros”. (Sartigues, 1947, pp. 13-14).

                El documento del que se tenía conocimiento y se creía el más antiguo sobre el vals en Lima, es un artículo aparecido en “El Comercio” del 2 de octubre de 1839. En él se describe una fiesta dada por el general La Fuente el 24 de setiembre, día de la fiesta de la Virgen de las Mercedes, en la que se bailó la “valsa alemana”:

“(…) A las 9 estaban poblados todos los salones de las personas de ambos sexos vestidos con elegancia, y ya alternaban las vistosas contradanzas nacionales, con la alegre y rápida valsa alemana.” (Citado en del Águila, 2003, p. 116)

Finalmente  tenemos los escritos de Paul Marcoy (alias Lorenzo Saint Cricq), otro viajero francés que recorrió el sur Perú dejando amenos relatos. Uno de ellos da cuenta de una fiesta realizada en una hacienda en Lauramarca (Quispicanchi, Cuzco), en 1843, con motivo de celebrar a Nuestra señora de las Nieves, patrona de Luaramarca donde bailó  valses:

      “(…) nuestras vecinas lanzaban miradas furtivas a una guitarra colgada de la pared, algunos de nuestros compañeros, adivinando su pensamiento, les ofrecieron galantemente el apoyo de sus brazos para dar una vuelta de vals, ofrecimiento que pareció colmar todos sus deseos.
Durante más de una hora, valsadores y valsadoras giraron a cuál mejor, no interrumpiendo su movimiento circular más que para secarse la frente y vaciar la copa. Pasado este tiempo, habiendo sido declarado por unanimidad el vals demasiado rígido y afectado para satisfacer la necesidad de movimiento de que todos parecían desposeídos, se lo sustituyó por la danza del país como más movida. Desde el Maicito hasta la Moza mala, desde el Zambacueca hasta el Pajarito, todo el repertorio local fue pasado en revista para mayor alegría de nuestras chacareras, que declaraban divertirse como locas.” (Marcoy 1941, tomado de El Perú visto por viajeros Tomo II, 1973, p.63. PEISA, Lima).
               
      En el libro Nuestra pequeña historia de José Gálvez se reproduce  el tenor de un aviso publicado en la edición No. 1832 del diario "El Comercio" del 16 de julio de 1845. Ahí se señala que en la tienda del "Tigre" de la Calle de Mercaderes se vendían además de métodos para aprender toda clase de instrumentos, las últimas obras para piano de Herz (pianista que compuso el vals "A Lima" años después), Hunten, Dohler, Czerny, Tholberg, Strauss, y las óperas Norma, Semíramis, Lucía, Romeo y Julieta, Elixir de Amor, Puritani, Barbero, etc.  (Gálvez  1966:58. Citado tambien por Darío Mejía en "El vals que  vino de Viena").
 
    Como se desprende de lo expuesto, el vals ya era bailado en el Perú  en la primera mitad del siglo XIX en reuniones sociales de la aristocracia. En los escritos de los viajeros, el vals, o los diferentes valses, se distinguen de las danzas nacionales y es todavía mucho después que se comienza a hablar del “vals peruano” (con esa denominación se publicaron una serie de valses en la década de 1870). A parte de estas referencias, no se ha podido ubicar ninguna  partitura que hubiera podido darnos idea de cómo era la música de  esos valses.  No nos atrevemos a afirmar que los valses se transmitían sólo de manera oral a pesar de que como  hemos señalado sólo se conocen partituras para piano de la década de 1870; en cambio, sobre la manera de bailarlos, ya en esa época llamó  la atención de los viajeros el hecho que  algunos lo bailaran diferente: “enriquecido con toda clase de movimientos de los brazos y de los hombros”.

En el Perú el vals parece haber seguido un camino inverso a su difusión en Europa, donde de danza campesina se transforma en el baile de los grandes salones. En nuestro país, de bailarse en las reuniones de los aristócratas y terratenientes provincianos y en los bailes de los altos mandos militares y diplomáticos extranjeros en Lima, el vals, sin abandonar las altas esferas, pasó a bailarse entre los sectores populares y se transformó en “vals peruano” y en Lima, en “vals criollo”. Pero esa transformación es ya materia de otro artículo.

Lima, marzo de 2010

luissame@hotmail.com



BIBLOGRAFÍA

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WITT, Heinrich (1992) DIARIO 1824 – 1890 Un testimonio personal sobre el Perú del Siglo  XIX Volumen I (1824 - 1842). Banco Mercantil, Lima.






[1] Este artículo fue publicado en marzo de 2010 en la página web "Boletín de New York", la que actualmente no está disponible, por lo que lo vuelvo a publicar como fue escrito.