MANUEL Y CIRIACO AGUIRRE CONDEMARÍN:
Los hijos de "LA CUYUSCA"
Con ese título, en "La Crónica" del jueves
17 de agosto de 1933 fue publicado una crónica escrita por el Dr. Enrique López Albujar, referida a Manuel y Ciriaco Aguirre Condemarín, músicos piuranos de quienes se conoce poco y se menta mucho.
Los hermanos mellizos Manuel y Ciriaco Aguirre Condemarín llegaron a Lima en 1928 para participar en el Concurso de Música, Bailes y Trajes Regionales organizado por la Municipalidad del Rímac. Participaron con la "Rondalla Piurana" y también como dúo.
Los hermanos Condemarín con "La rondalla piurana" (a la derecha con guitarra y cajón) Foto: revista "Mundial" |
Como dúo participaron en el segundo y tercer concierto eliminatorio en el Teatro Municipal, los días 15 y 22 de junio interpretando marineras y tonderos, con gran suceso. Las revistas y periódicos de la época comentaron su participación. Pedro Barrantes Castro, periodista de "Mundial" escribió:
Estupenda la parte de los hermanos mellizos Aguirre Condemarín (Piura). Estos sobrevivientes de la guerra con Chile, luciendo sus medallas, son el cogollo de la antigua mata criolla, hoy casi perdida. Con su alto e idéntico porte de mulatos granados, estimulan imaginaciones sobre las mil variedades en que la vivacidad y sensiblería de nuestro injerto africano se manifiesta en todo el contorno del trópico latinoamericano. Los viejos, se miran alegres mientras, pulsando a maravilla la guitarra y el cajón, despiden por sus mandíbulas caducas el grito, ya cómico, ya enternecedor, de marineras y tonderos (legítimos, creen ellos, y aquí reside su segundo orgullo) que de arrancón en arrancón pespuntan. Ramos de flores para los viejos caen en el escenario. (En :"Mundial" 22.06.1928).
Los Hermanos Aguirre Condemarín con "La Rondalla piurana" obtuvieron el primer premio el en tercer grupo: MUSICA INSTRUMENTAL (SOLA O CON CANTO) y el cuarto premio como dúo: (CUARTO PREMIO: —Al dúo de
guitarra y cajón que forman los hermanos Aguirre Condemarín, de Piura: Lp.15.0.00).
Volvieron a Lima para participar en el Concurso de Música, Bailes y Trajes Regionales organizado con motivo del IV Centenario de la Fundación de Lima. Actuaron en los teatros Segura, Campoamor y Municipal y en el Coliseo Manco Cápac.
Ricardo Montero, en su libro Perú y criollismo, afirma que Manuel murió en 1935 y Ciriaco en 1942 (Citado en nemovalse blog (https://nemovalse.wordpress.com/2014/05/24/teatro-campoamor-de-lima-ano-1935-los-cuatro-criollos-piuranos/).
Ricardo Montero, en su libro Perú y criollismo, afirma que Manuel murió en 1935 y Ciriaco en 1942 (Citado en nemovalse blog (https://nemovalse.wordpress.com/2014/05/24/teatro-campoamor-de-lima-ano-1935-los-cuatro-criollos-piuranos/).
En facebook existe una pagina administrada por los descendientes:
https://www.facebook.com/permalink.php?story_fbid=919178421519719&id=179938892110346
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El artículo del Dr. Enrique López Albújar es el siguiente:
LA CUYUSCA
Entre
los tipos populares de Piura, del último tercio del siglo pasado, ninguno más
digno del cronista que el de María Luz Condemarín, más conocida por el mote La
Cuyusca, la negra más hermosa y sandunguera que lució por las accidentadas y
terrosas calles de esta ciudad su lisura y gallardía. Con su falda de cambray
blanco, su paño de Guadalupe terciado bizarramente, su astrakanada cabeza
salpicada de aromas y jazmines, sobre la cual descansaba una enorme lapa de
golosinas, que semejaba a la distancia el faldudo sombrero de un pirata malayo
y el rítmico tremar de sus caderas ampulosas, allá se echaba ella diariamente
por esas calles de Dios, derrochando pregones, agradeciendo piropos, disparando
indirectas, haciendo fintas con los renegridos ojos a los floretazos que con
los suyos le lanzaban sus admiradores y desgranando coplas o bailando un
tendero, cada vez que las dádivas de algún antojadizo señorón solicitaba su
buen humor e inventiva.
¡Cuánta
alegría y alborozo sabía despertar esta mujer a su paso!
Los
niños salían atropelladamente las puertas a la voz ensalmadora de su pregón,
mientras los jóvenes son-reían y los viejos parábanse a referir por milésima
vez alguna anécdota alusiva. Y es que esta mujer, cuyo nombre era en ella una
antítesis, resultaba como la personificación de la gracia y picardía criolla,
un símbolo de algunas de las virtudes y defectos del bajo pueblo, dicharachero,
juerguista, bullicioso, desenfadado y procaz a la hora de la parranda o del
jolgorio; sufrido, sobrio y diligente a la hora del rudo batallar por la vida.
Por
eso su presencia era como una detonación, que ponía en alarma los barrios; por
eso su mercancía se agotaba a poco de iniciados sus pregones; por eso su
orgullo reposteril le salía al rostro después de cada provechosa liquidación, y
por eso solía decir ella, cada vez que alguno le demandaba sus servicios para
alguna fiesta casera: "Está bien, mi amo. La Luz le va a Ud. a cocinar
pero tiene Ud. que pa garle muy bien estas manos, porque manos como las de la
Cuyusca, ni pedidas al extranjis.... " Y había que pagarle lo que pedía y
tolerarle sus genialidades y franquezas.
Otras
veces, en las grandes crecidas del Piura, cuando éste, caudaloso y turbulento,
se desbordaba sobre sus márgenes y ponía en zozobra a la ciudad con sus amagos
destructores, La Cuyusca, varonil, arrogante, dominadora, cual una náyade de ébano,
iba y venía de una orilla a otra, rasgando las turbias y crespas olas con la
pujante proa de su pecho y los poderosos remos de sus brazos, sabuyendo aquí, zapateando
allá, sorteando palizadas y remolinos, y ejecutando todo esto entre guapidos y sonoras
carcajadas y bajo la muda admiración del público. Para ella el río era como un amante
suyo, al que en sus días de cólera imponente le bastaba para desemojarlo
echándosele en los brazos .De ahí que ella nunca le temió; de ahí que en los
momentos de temor o prudencia no vaciló jamás en echarse al agua, retadora,
haciéndose seguir de su tropa de delfines. Y esta actitud suya era
indudablemente consiente, pues sabía muy bien, alardeaba de ello, lo que la
fuerza del ejemplo puede. Por eso en cierta ocasión eta que una dama linajuda,
al verla envuelta y lista a arrojarse desde un barranco, le gritara desde el
postigo de su casa: ¡Luz no te tires! ", ella, volviéndose sonriente, lo
contestó: "¡No tenga cuidado mi ama!". Y encarándose en seguida a sus
compañeros les enderezó esta copla:"
A todos los nadadores
soy yo quien los disciplina.
Sin excepción de persona,
tirarse todos conmigo.
Y se tiró intrépida y
triunfal. Pero el mérito principal de esta mujer, que agrandó hasta donde era
posible su celebridad provinciana, no le provino sólo de su gracia y de sus
habilidades culinarias, sino de su propia belleza interior, de esa chispa
divina que la llevó a ofrendar, serena y consiente, a sus dos hijos en el ara
de la Patria. Fue, entonces cuando Piura conmovido contempló el cuadro hermoso
de una mujer analfabeta y hasta ese instante frívola, batiendo el bicolor
nacional en los desfiles patrióticos, a la cabeza de las multitudes, escanciando
entusiasmo guerrero hasta en los corazones de los nostálgicos y azorados y reclutas.
Fue entonces cuando mientras ciertos hombres acaudalados y linajudos escatimábanle
a la Patria su sangre y su dinero, ella, detrás de las filas del Batallón
Piura, junto a sus hijos, decía al ver a éstos angustiados por la partida:
—Oye,
Ciriaco, no me vengas con lloriqueos en estos momentos porque me olvido de que
estás en formación y te suelto un par de bofetadas que te hago escupir las
muelas.... Y tú, Manuel, lo mismo.... La patria los ha llamado a pelear, y a
pelear hay que ir. A ver, si dan ustedes cuenta de una docena de esos rotos del
diablo. Conque, fuera penas, que aquí estoy yo también lista para ir a batirme
junto con ustedes. ¡Basta, pues, de guara-guas!
Y
efectivamente, el Batallón Piura partió una mañana hacia el sur, llevando entre
sus filas, alegre, animosa y resuelta, a la popular vendedora María de la Luz,
dejando tras de sí una bizarra lección de civismo y el recuerdo de sus pregones
picarescos. Pero un buen día el clarín de su voz memorable volvió a repercutir
grata mente en el oído de los niños piuranos; el clásico pregón de los
picarones " en camisa y sin calzones" y de los bollos y empanadillas
"de huele boca" volvió a soliviantar a las parvadas colegialescas.
Era la voz de La Cuyusca, que, de vuelta del gran desastre, tornaba a la
explotación del viejo y añorado oficio, pero no ya la mujer aquella, que, al
anunciar su mercancía, ponía en cada pregón toda la sal de su gracia africana,
todo el ardor de su pecho exuberante y pletórico. Se diría que una emoción
honda y fuerte le había afelpado las agudas cuerdas de su voz.
Aquel pregón retador como el canto de un gallo
de "Los buñuelos picarones" no era ya el mismo, ni en la entonación
ni en la letra. La frase con que lo finalizaba “para Valdivia ladrones"
había sido sustituida por esta otra: “para allá abajo ladrones". El horror
de la derrota y la fiereza del odio habían matado para siempre en sus labios
aquella Ingrata palabra.
¿De dónde
resultó rebautizada esta mujer con el mote de Cuyusca?
Don Manuel
Antonio Arca, un señor sesentón, que por la época en que yo hacía novillos,
hacía él su negocio de aguardiente y las delicias de los corrillos señoriles, y
que más que Arca era un archivo en lo de saber la vida y milagros de esta
tierra piurana, quedóse un día mudo y pensativo ante esta intempestiva pregunta
mía:
—¿Sabe Ud.,
don Manuel, de dónde le viene el mote de La Cuyusca?
—El señor
de la inevitable levita negra y los zapatones de ante, se echó el sombrero de
masón atrás, enarcó las jabalinas cejas, escupió al aire y después de un
nervioso restregamiento de manos, se limitó a mover la cabeza negativamente.
¡Don Manuel Antonio tampoco lo sabía. Lo había cogido en una falta imperdonable.
¿Era posible semejante enormidad? ¡Y las columnas del patio de mi Casona no se
habían estremecido!... ¡Y las campanas de la ciudad no habían clamoreado!... ¡Y
el cerúleo dosel del firmamento no se habla desgarrado y ensombrecido!...
Y no sólo
no lo sabía, sino que su boca, esa boca sardónica y sutil, de la cual saliera a
chorros el génesis de muchas cosas, y el evangelio de muchas vidas, no llegó a
modular siquiera una palabra. Sin quererlo, sin presumirlo siquiera, la flecha
disparada por mi curiosidad infantil había venido a herir en pleno talón a este
Aquiles del chisme y de la anécdota. Y durante muchos días el buen don Manuel
Antonio, pareció esquivar mi encuentro. Y cuando a la hora de la cotidiana
tertulia de mi abuelo Agustín, ideando a cada instante pretextos entraba y salía
yo por el zaguán deseoso de coger al vuelo alguna frase preñada de intención o
malicia, don Manuel apenas si se dignaba mirarme soslayadamente, actitud que me
anonadaba y me incitaba a provocar una explicación. ¿Le habría disgustado mi
pregunta? ¿Por qué?... Todo me ha hecho presumir después que esa manera de
mirarme no era más que la expresión de un amor vencido. Pero don Manuel debió
tener, en medio de esta derrota, un consuelo: el de que nadie, absolutamente
nadie, supo, ni antes ni después de él, responder a mi pregunta. Fue necesario
que yo mismo me la diera, que la casualidad, esta buena diosa a quien la humana
ciencia lo debe el descubrimiento de muchas grandes verdades y enigmas, pusiera
delante de mis ojos, en forma de intencionada copla, el origen del mote más
popular, más sonado y más evocador de la Aldea. Y para descubrirla tuve que
desempolvar archivos, sufrir el olor acre e irritante de los viejos infolios,
exhumar ingenuas crónicas y epistolarios, y soterrar mis manos en las amarillentas
y nauseantes colecciones periodísticas, en una de cuyas hojas, titulada
"El Sol" (no el de Leguía y Martínez sino el de Monsalve) encontré en
el número 338 del año de 1866 y en la sección destinada a la crónica, el
siguiente suelto, que fielmente trascribo:
"Incendios—La
casa del profesor en música Huamán, fue presa de las llamas ha cuatro días.
Débese al pronto auxilio de la policía y de otras personas, el que se
extinguiera en pocos momentos: la heroína a prestar sus servicios, lo fué la
Cuyusqui, que, con hachuela en mano ayudó a vencer el devorador elemento
entonando, según nos dicen, el antiguo versecito:
Genitivo
cuyusqui,
dativo cuique;
el juez de las
injusticias
que se lo
aplique,
que se lo
aplique,
que se lo
aplique!”
Y tanto
habría de repetir la María de la Luz la coplita aquella, tomada seguramente de
algún tondero en boga, llamado El Cuyusqui (tal como El Culén y El Quisquis)
que el pueblo, consagrador oportuno e implacable, concluyó por rebautizarla con
el mote.
Enrique
López Albújar.
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