Unos minutos con
la señora Hermelinda viuda de Pinglo
Las 5 de la tarde de un domingo invernal y nuestro carro
cruza vertiginoso el Puente Balta. De soslayo y como una evocación surge a
nuestra vista el Rímac ya crecido que en la lejanía semeja sutil espejo de
plata perdido entre la enhiesta maleza. Taciturnos y displicentemente
arrellanados en los asientos pensamos en el objeto de este viaje en esta tarde
lánguida que se nos muestra ahora en toda su deprimente visión, al entrar a la
barriada de Cantagallo, el lugar de los genuinos criollos de honrosa tradición.
Deseamos saber y conocer algo de la vida del desaparecido bohemio, alma máter
de nuestra criolla canción, su vida íntima hasta donde fuera posible, las
circunstancias que antecedieron a su muerte, el fatal epilogo del ser humano.
Tarea de suyo delicada pensamos. Vamos a retrotraer y despertar adormecidos
recuerdos de horas lúgubres, a hacer quizás derramar lágrimas de profunda
amargura y a evocar con honda, dolorosa, agobiadora tristeza la figura de
Felipe Pinglo para quién la muerte fue como la corona que ciñera la gloria en
sus sienes para hacerlo inmortal.
Hemos descendido
del auto y a grandes pasos ganamos terreno en el mismo corazón de la barriada,
A un lado adivinamos el Rímac por el trepidar de sus aguas, al paso que unos
arrogantes arbustos nos dan la impresión de hallarnos en una gigantesca huerta.
Al otro: una heterogénea fila de casitas en cuyas puertas asoman diversidad de
rostros. Hasta nosotros llega el trinar de una vihuela y dos voces varoniles se
escuchan en un sentimental vals. Avanzamos rápidamente inquiriendo los números
de las casas. De repente se presenta a nuestros ojos la figura de un callejón
típicamente limeño. Entramos dejando a la puerta de la majestuosa y nada tranquilizadora
figura de un fornido can que nos ha mirado sin mayor apuro y que luego se
despereza muellemente.
¿El cuarto
que ocupa la señora viuda de Pinglo? preguntarnos a la “portera” que con cierto
recelo nos indica uno que está a la entrada.
Con
indescriptible emoción nos hemos acercado a la puerta como sobrecogidos de
religioso respeto. No percibimos un solo ruido. ¿No habrá nadie? pensamos.
En silencio
hemos interrogado a la portera quien nos indica que si “están allí” y luego se
hunde entre el laberinto de las destartaladas especies que llenan el perímetro
de su alcoba encogiéndose de hombros.
Unos golpes
nerviosos, fuertes, demasiado fuertes para turbar la tranquilidad de esa casa,
hemos dejado oír. Unos pasos menudos se acercan y al girar la puerta con
discreto movimiento deja al descubierto la fisonomía de una señorita de
agraciado aspecto en el que la similitud de los rasgos nos indican que se trata
de la hija del llorado maestro
¿La Casa de
la señora viuda de Pinglo? preguntamos.
Si señor —nos
responde—; pero tengan la bondad de pasar y tomar asiento que voy a llamar a
mamá.
Hemos tendido nuestros ojos por la habitación
bastante humilde y devoramos inquisitorialmente lo que se ve en ella. De las
paredes penden retratos, afiches y cartelones relativos a la memoria de Pinglo.
En una mesita que se encuentra al centro de la habitación, hay un retrato del
inmortal criollo con la apacible mirada del artista enfermo. Unas cuantas
sillas dispersas en la alcoba (continuación) nos delatan elocuentemente
la humildad de los que en ella habitan.
¡Cuánta
pobreza en casa del insigne compositor peruano, patriarca de nuestras canciones
meditamos y cuánta ignominia de todos aquellos que han aprovechado de sus
obras, hurtando el patrimonio intangible de sus producciones dejado a la viuda
y a sus menores hijos. A todos ellos hemos de desenmascarar en las páginas de “La
Lira Limeña” con la franqueza que nos caracteriza para que llegando a
conocimiento de las autoridades competentes se ponga coto al incalificable
abuso que se ha cometido y se sigue cometiendo con los descendientes del noble
criollo, apropiándose ilícitamente de sus composiciones para utilizarlas con
fines mercantiles …Nos saca de nuestra meditación la presencia de la señora Hermelinda
Rivera viuda de Pinglo quien como es natural no oculta su sorpresa ante nuestra
visita.
Somos de “LA
LIRA LIMEÑA” explicamos. —Queremos entrevistarla para hacer conocer a nuestros
lectores algunos aspectos inéditos de la vida de su ilustre esposo.
La honorable
viuda del recordado maestro parece algo desconcertada ante nuestros
requerimientos; pero rápidamente a la vez que nos ha invitado a tomar asiento,
nos manifiesta que está a nuestras órdenes.
Y comienza
nuestro interrogatorio, el eterno y monótono interrogatorio periodístico.
Sabemos que nuestra acuciosidad atraerá nostalgias dolorosas de pasadas horas;
que nuestras interrogaciones descarnadas y brutales serán el despertar de
recuerdos para aquellos seres a quienes el tiempo solo ha servido de paliativo
y que al entrar con el alma entristecida en los dominios de lo pasado, nuestra
imaginación inquieta vivirá con el relato que salga de los labios de la que fue
la fiel compañera de su la vida para admirar una vez más la grandeza del hombre
que consagró su musa a la canción criolla.
Felipe
nació en Lima el 18 de julio de 1899 nos habla la señora Hermelinda del
matrimonio de don Felipe Pinglo y de Doña Florinda Alva. Desde pequeño mostró
grandes condiciones artísticas que al llegar a la pubertad aflorarían en toda
la gama exquisita de su innegable valía. Cursó su Instrucción Media en el
Colegio Nacional de Nuestra Señora de Guadalupe distinguiéndose como alumno
ejemplar y estudioso estimado sobremanera por sus condiscípulos y maestros.
Desde entonces empezó a manifestarse en él la irresistible vocación por las
composiciones criollas como complemento de sus aficiones musicales que a los 17
años se manifestaban ostensiblemente en el canto y en el tocar de la guitarra y
la flauta,- Nos conocimos en el año 1916 y celebramos nuestro matrimonio en el
año 1919 cuando la Gran Guerra habla terminado con toda su horripilante
violencia.
¿Puede
indicarnos cual fue su primera composición?
“Amelia” un
vals nos responde prestamente la Señora viuda de Pinglo, siendo “Hermelinda”
otro vals, su obra póstuma, compuesta en mi honor, cuatro días antes de morir.
¿Cuántas
composiciones ha dejado hechas?
Cerca de
doscientas—nos dice—entre las cuales están incluidas las que ya son sobradamente
conocidas, como “La Oración del Labriego”, “El Plebeyo”, “Mendicidad”, etc.— ¡Carmen!
dice de pronto—tráeme las composiciones de tu padre que están en el ropero.
Pasan unos
instantes de silencio e irrumpe en la habitación la gentil hija del maestro. La
contemplamos a nuestro sabor mientras con delicadeza y gracia eminentemente femenina
desenvuelve el legajo de papeles que ha traído. Es una morenita de agraciado
rostro que frisa en los 15 años. Sus grandes ojos negros tienen el mirar de su
noble padre y se sonroja al mirarnos.
Vean Uds.— nos dice la viuda todas estas son
las composiciones de Felipe.
Presas de
viva emoción cogemos esos papeles en los que volcó toda su alma el criollo. Desfilan
ante nuestros absortos ojos diversas letras. Hay infinidad de versos, ora
melifluos y liricos, ora enérgicos, dramáticos y dilapidadores.
En todos
ellos se trasunta el signo incontrovertible del artista. Al buen tun tun
tomamos uno; se trata de la Polkita “Alejandro Villanueva” inspirada en la
personalidad del maestro del foot ball peruano.
(continuación)
Desconocida
para muchos esta polkita de puro sabor criollo, es una apología entusiasta de
las virtudes futbolísticas del popular morocho del “Alianza Lima”. Cogemos
otra: lleva por título “Senectud” y es un vals compuesto en el mes de Enero de
1936. Luego gozamos de las delicias de saborear «Terroncito de Azúcar» un one-step
muy poco conocido. Así sucesivamente desfilan ante nuestra vista otras
producciones, todas saturadas del más puro criollismo.
La hija del
maestro ha abandonado la pieza y ahora frente a la viuda nos disponemos
impertérritos, a continuar nuestro interrogatorio.
¿Díganos
ahora en qué fecha falleció su esposo y cómo fueron sus últimos momentos?
preguntamos fríamente.
Tengo tan
presentes todos estos detalles—nos responde—como si hubiera sucedido ayer. Ocho
años antes de su fallecimiento ocurrido el 13 de mayo de 1936, se notaron en él,
síntomas de diversas enfermedades que después atormentarían su vida. Con gran
resignación sufrió todos sus males que
visiblemente empeoraban con el trascurso del tiempo, lo que hizo necesario su
internamiento en un hospital del cual salió ocho días antes de morir. Ya en
casa fue un gran consuelo para nosotros tenerlo a toda hora y atenderlo
solícitamente como era natural, A este respecto, nos dice luego con énfasis la
viuda, no puedo menos que testimoniar elocuentemente el agradecimiento sin
límites que guardo para todos sus amigos que siempre estuvieron a su lado
alentándolo en todo momento, hasta que llegó el fatal día 13 de mayo en el que
a las cinco y treinta de la madrugada falleció en mis brazos rodeado de sus
hijos y amigos y en pleno uso de sus facultades mentales...
Ha llegado
el momento cumbre de este sencillo relato; nuestra brutal curiosidad ha sido el
punzante bisturí que ha ahondado la cicatrizante
llaga. La señora Hermelinda viuda de Pinglo no puede más, grandes sollozos
ahogan su voz…. Hondamente consternados
ensayamos algunas frases de consuelo; frases huecas, entrecortadas, incoherentes,
sencillamente vulgares con lo que pretendemos mitigar un dolor que se muestra
con toda elocuencia.
El panorama
de esta tarde triste parece haberse contagiado del ambiente. Mientras que por
ahora un silencio eterno para nosotros reina en la habitación, desde nuestra
indolente silla contemplamos a través de una ventana discretamente abierta el
aspecto mortecino de la tarde que fenece, mientras que bruscamente las sombras
de la noche comienzan a manifestarse con lo negruzco de sus tonos. En la
habitación inmediata escuchamos sollozar quedamente a Carmencita la hija del artista.
Es una escena a la que no hubiéramos querido arribar.
Carmen—dice
de repente la viuda—trae a tu hermanito.
Aquí tienen
ustedes a mis hijitos nos dice con orgullo la viuda, Carmencita a quien ya
conocen y a Felipe Alejandro Pinglo Rivera. Tenemos a nuestra vista al varoncito
que cuenta en la actualidad con trece abriles; es un adolescente de mirada
altiva y ademanes finos. Nos tiende la mano muy cordial y luego se retira en
unión de su hermanita a la pieza inmediata.
La
presencia de su hijos a reconfortado grandemente a la señora Hermelinda que más
sosegada ahora nos dice: Mis hijos y las composiciones de Felipe es lo único
que me queda. Carmencita estudia en la actualidad Comercio en la Escuela
Nocturna del Corcovado y mi hijito sigue su Instrucción Primaria en una Escuela
Fiscal.
Si la pregunta
no es indiscreta—insinuamos—podría decirnos en que se ocupa Ud.?
Yo vivo de
mi trabajo; atiendo a los quehaceres de mi casa y coso algo y ayudo (continuación) a la vez a Carmencita en
la labor de enseñar a los pequeños que vienen a la “escuelita” que tenemos en
casa; aquí les enseñamos las primeras letras—nos dice—y Carmencita los quiere y
los mima mucho, enseñándolos a deletrear y a persignarse. Los chicos sienten
verdadera adoración por ella. No ocultamos una sonrisa ante la sencillez del
relato.
¿Y ha
sacado Ud. algún provecho de las obras de su esposo? ¿Ha sido protegida en
alguna forma?
¡Ay!—Nos responde con amargura.—He sido muy
explotada. Gentes inescrupulosas aprovechándose de que las composiciones no
estaban registradas y valiéndose de procedimientos innobles y tinterillescos se
han apropiado de alguna de ellas, llegando en su criminal conducta hasta querer
negar la autenticidad de las obras de Felipe. Abusaron y continúan abusando de
estas circunstancias para hacer impresiones musicales, supuestos “arreglos”,
representaciones cinematográficas a base de los cantos de mi esposo que
sirvieron muchas de las veces de inspirado argumento, teatralizaciones de
algunas de sus obras sin ningún derecho y con fines evidentemente lucrativos,
sin que a mí se me haya tomado en cuenta para nada y dándome únicamente la
irrisoria suma de S/. 40.00 por la música de “El Plebeyo” en tanto que la empresa
que explotó la obra a la que sirvió de argumento la referida música obtuvo muchos
miles de soles. Toda esta serie de atropellos se ha realizado ante la
indiferencia realmente inexplicable del “Centro Musical Felipe Pinglo” de quien
dicho sea de paso no merezco absolutamente nada.
Ha
anochecido rápidamente y desde nuestro asiento espectamos un pedazo de cielo,
un trozo de espacio encajonado entre los moldes de la entreabierta ventana. Por
entre ella asomamos nuestras cabezas; titilan en lo alto algunas estrellas, en
tanto que ha hecho una breve pausa la señora Hermelinda en lo más sensacional
de su relato…
Las últimas frases las hemos escuchado como
adormecidos v desconcertados ante tanta infamia y sentimos que la indignación
se nos sube al rostro.
—Trae un
poco de luz Carmencita— ordena la viuda. Carmencita no se hace esperar y
aparece con un bonito lamparín que esparce claridades difusas por la habitación
en todo lo que puede abarcar sus débiles rayos, dejando en una agradable
penumbra el resto de la alcoba.
La
indignación que mostramos se traduce en un nervioso movimiento de nuestro
cuerpo en la paciente silla y no podemos menos de condenar acremente las
vilezas cometidas.
¿Es posible
exclamamos—que se haya cometido tales abusos con Ud.?
Con un leve
movimiento de cabeza asiente la viuda a nuestra interrogación, y no puede ser
de otro modo, en efecto. Recordamos haber visto en algunas editoriales
musicales algunas músicas del malogrado maestro, presentadas como “arreglos”;
recordamos haber asistido a algunas películas de una conocida Empresa
Cinematográfica Nacional que se inspiraban en varias producciones de Felipe
Pinglo y nos consta que se ha teatralizado recientemente otra de sus
composiciones y sabemos que se encuentra en plena preparación otra
teatralización y respecto del “Centro Musical Felipe Pinglo”, recordamos que
éste organizó una función a beneficio de la viuda y los hijos del llorado
bohemio en el Teatro Segura.
—Pero
señora—decimos—¿y el producto de las funciones organizadas por el “Centro
Musical Felipe Pinglo” a beneficio de Ud. y de sus hijos que constituyo un
éxito enorme tanto artístico como de taquilla, no la alivió siquiera
discretamente?
(continuación)
¡Ay señor!—nos
dice con profundo desconsuelo la viuda—De esa función sólo obtuve la
satisfacción de poder constatar como estimaban a mi esposo y sólo recuerdo que el
Centro Musical me proporcionó únicamente los pasajes para concurrir a la función
y después para conducirme a mi domicilio, sin que después haya obtenido yo
algún otro beneficio.
Nuestra
reacción ante la monstruosidad de este hecho se traduce en una risa forzada por
decir lo menos y omitimos calificarlo por ahora a fin de dejar a nuestros
lectores libertad para apreciarlo.
Un silencio
sepulcral ha sellado las últimas frases de la viuda, turbado únicamente por el
tenaz chisporroteo del lamparín y por uno que otro suspiro entrecortado de la
Señora Hermelinda Rivera viuda de Pinglo. De repente una voz clara, pastosa, de
fino timbre se deja escuchar en aquello de:
“Que fue de
tu belleza”
Que fue de
tu hermosura, etc.
Estamos
seguros que esa voz no puede salir de otra garganta que no sea la de la
simpática hija del maestro, a quien íbamos a guardar “el secreto” de poseer una
hermosa voz y un gusto que ya quisieran tener muchas y muchos de nuestros
criollos que pululan en nuestras emisoras.
Con una
sonrisa en la que se infiere una rebosante satisfacción nos manifiesta la viuda
que en efecto se trata de su hijita que está interpretando el vals “Porfiria”.—Al
finalizar no podemos menos que aplaudir sin reservas y aún a riesgo de que se
desnaturalice el cariz de la interviú a la gentil Carmencita.
Mi hijita
es una gran aficionada a la música y al canto—nos dice con tono jovial la
señora viuda de Pinglo.—Hay que oírla interpretar las piezas de su padre y a
propósito—continúa la viuda—nosotros escuchamos continuamente las audiciones
que propalan algunas broadcastings y no podemos menos que lamentar
profundamente el enconado destrozo que hacen algunos intérpretes, de las
músicas de Felipe, particularmente con el vals “Porfiria” que hoy está en boga,
el que es cantado en forma enteramente diferente del original, con lo que se le
resta naturalmente toda la belleza y armonía que el encierra.
La sombra
de amargura, de desconsuelo de letal decepción que se cernía sobre el rostro de
la señora Hermelinda viuda de Pinglo, parece haberse despejado.
Como en
anterior ocasión hemos advertido que al hablar de sus hijos se columbra en sus
ojos una esperanza y sus palabras son más firmes y plenas de lógico optimismo.
Y es que ellos lo constituyen todo para ella. Hundida entre las paredes de esta
alcoba, desconocida para muchos, indiferente para otros, olvidada para todos,
consagra su existencia a la vida de sus vástagos.
La vida con
su devenir incesante y monorrítmico como dijera Azorín, pasa por aquella casita
de la barriada de Cantagallo a cuyo frente se desliza el Rímac ya crecido, con
la inconmensurable variedad de sus aspectos. Muchos inviernos como el que hoy
pasamos desataron su inclemencia sobre la honrada casa del genial maestro. Vino
luego primavera con sus flores y el estío con sus frutos y la vida siempre la
misma en aquella pintoresca casita. La vida siempre la misma, quieta y
cotidiana (para repetir a Azorín) deslizándose en esta alcoba en la que frente
a la señora Hermelinda Rivera viuda de Pinglo hemos divagado algunos minutos…
Turba nuestra
meditación unos golpecitos dados a la puerta. La señora Hermelinda se yergue rápidamente
y se dibuja en el marco de la puerta la figura de un chiquitín y de una señora
ya entrada en años.
¿Cómo está
Ud. señora Hermelinda? Aquí vengo a matricular al pequeño—habla con cierta
garrulería la visitante.
(Continuación)
N. de la R.— El autor de esta interesante interwiew
a la que damos término en este número es un conocido y popular elemento de la
Radio que por razones personales nos ha suplicado que no expresemos su nombre.
Cumplimos gustosos este encargo y guardamos fielmente el incógnito hasta que la
ocasión haga indispensable su revelación. "AMADOR" es el seudónimo
con el que en adelante escribirá exclusivamente para "La Lira Limeña"
y para la futura revista "Melodías"
El
chiquitín se ha desprendido entre tanto de la mano de su acompañante y ahora en
brazos de Carmencita que ha acudido a la visita nos mira con sus ojos glaucos y
regordetes un tanto perplejo. La viuda ha despedido a la señora que parece ser
abuelita del pequeño y ahora Carmencita lo acosa a preguntas mientras que con
singular ternura le acaricia el rostro y arregla la desordenada cabellera del
parvulito.—¿Conoces las letras?—le pregunta.—Vamos a ver has la señal de la
Cruz!
El chiquitín
un tanto huraño como es natural a esa edad, mira al suelo y por los pucheros
que hace adivinamos un chaparrón de lágrimas y gritos. Comprendiendo esto
Carmencita se lo lleva en vilo entre alegres risas y sonoros besos.
Es un nuevo
alumno nos dice riéndose la viuda Ya se acostumbrará. Todo está en que tome
confianza y cariño Carmencita.
Efectivamente
señora—respondemos con un resuello que quiere ser un suspiro de impotente envidia
por las caricias espontáneas prodigadas por la simpática hija del maestro.
¡Quien pudiera ser niño, pensamos! ¡Quien pudiera ser niño para que nos trataran
con ese mimo y esa extremada bondad con que Carmencita obsequia a los pequeños…
Un viejo
reloj de pared en la pieza inmediata ha medido lentamente unas horas; las
suficientes para darnos cuenta que debernos ya poner término a la entrevista.
Estamos ya en plena noche de típico cariz invernal. Hemos pasado algunos momentos
que nos ha parecido toda una vida. A través de las narraciones que nos ha hecho
la señora Hermelinda viuda de Pinglo hemos seguido como en una proyección
cinematográfica, los sucesos más resaltantes de la vida del genial maestro que
en la madrugada del 13 de mayo de 1936 abandonó este Mundo, “inquieto, artero y
falaz” que dijera en una de sus magistrales producciones. Nos despedimos con un
cariñoso saludo y con la efusión propia de la admiración hacia los
descendientes del autor de “Porfiria”. Salimos: el panorama de esta noche nos
invita a la meditación. Mientras rápidamente ganamos la salida atravesando el
tortuoso callejón que describiéramos anteriormente, surge a nuestra vista pero
en una indescifrable visión la vegetación que cubre las márgenes del Rímac.
Ahora más cerca distinguimos las siluetas de los gigantescos arbustos que
viéramos hace algunos momentos. Sopla un ligero viento que hace estremecer sus
ramas en vaivén rítmico y majestuoso. Dicen que por los contornos habita otro
criollo que ya destaca en el ambiente: Pedro Espinel que se inspiró en este
panorama para componer su polkita “La Campesina”. Es amplia ahora la visión que
tenemos de esta noche tan llena de emociones en tanto que atravesamos e irrumpimos
en plena barriada de Cantagallo. La luna en lo alto de su carrera nos prodiga
la fronda de sus rayos en tanto que en la cima del San Cristóbal, en lo alto, allá
casi en lo inaccesible brilla la Cruz del Redentor con sus brazos dirigidos
hacia la Tres Veces Coronada Villa. Es imponente el espectáculo que nos ofrece
la mística visión del San Cristóbal con su luminosa Cruz que surge de su
enhiesto pico y se eleva al infinito con los brazos abiertos para aprisionar en
ellos el corazón de la Católica ciudad de los Virreyes, ¡Sublime espectáculo de
esta soberana Cruz levantada por la piedad limeña en la cúspide de su más
elevado cerro como ostensible prueba de convicción y fe! Ha de brillar ella por
los siglos de los siglos y ha de abrigar bajo sus pies que a ellos les están
rendidos los miles y miles de almas que todas las noches al encenderse en la
inconmensurable altura le rinde el tributo de su acendrada piedad. Estamos ya
en pleno Puente de Balta y mientras el ronquito, del motor de nuestro “Ford”
nos indica que va a partir pensamos todavía en la casita que hemos dejado hace
algunos momentos en donde quedan los descendientes del gran compositor. Rueda
el carro y todavía entre el cristal del automóvil divisamos como una
constelación, grandiosa, única, universal la Cruz del San Cristóbal con sus
amorosos brazos extendidos y aprisionando el corazón de la noble ciudad de los
Virreyes.
AMADOR