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Licenciado en Educación - Historia por la UNMSM y diplomado en Estudios Musicológicos Peruanos por el Conservatorio Nacional de Música. Estudios de Musicología en el Conservatorio y en la Universidad de Ginebra. Publicaciones: - El Misterio del Cóndor - Método de Guitarra Andina Peruana - Diversos artículos en revistas y periódicos. Conferencia Magistral sobre El Cóndor Pasa… en el VI Congreso Internacional de Peruanistas en el Extranjero. Georgetown University (ATP) Y diversas conferencias en el país. Actualmente está enfocado en investigar la historia de la música popular en la ciudad de Lima.

viernes, 26 de agosto de 2016

La obra de Felipe Pinglo Alva Patrimonio Cultural de la Nación

La obra de Felipe Pinglo Alva 
Patrimonio Cultural de la Nación

El gobierno peruano, mediante una resolución publicada el día 20 de agosto de 2016,  en el diario oficial El Peruano,  declaró la obra musical de Felipe Pinglo como patrimonio cultural de la Nación, por su valor cultural, vigencia, actualidad y representatividad en la música tradicional del país.
Sin embargo sobre la vida y la obra musical de Felipe Pinglo, existen muchas interrogantes y para contribuir a despejarlas vamos a publicar algunas notas relacionadas al tema. 
Uno de los documentos que no es conocido ni citado en su integridad es la entrevista que un periodista del cancionero "La Lira Limeña", realizó a la viuda del compositor, Hermelinda Rivera, a principios de junio de 1939, a sólo tres años de fallecido el vate criollo. La entrevista fue publicada en los números 465 al 470 de dicha revista entre el 16 de junio y el 20 de julio de  ese año. El periodista que realizó la entrevista no quiso que su nombre apareciera  y firmó con el seudónimo de AMADOR. La publico in extenso por contenedor abundante información que necesita ser comprobada y contrastada con otros documentos.


Unos minutos con la señora Hermelinda viuda de Pinglo

                Las 5 de la tarde de un domingo invernal y nuestro carro cruza vertiginoso el Puente Balta. De soslayo y como una evocación surge a nuestra vista el Rímac ya crecido que en la lejanía semeja sutil espejo de plata perdido entre la enhiesta maleza. Taciturnos y displicentemente arrellanados en los asientos pensamos en el objeto de este viaje en esta tarde lánguida que se nos muestra ahora en toda su deprimente visión, al entrar a la barriada de Cantagallo, el lugar de los genuinos criollos de honrosa tradición. Deseamos saber y conocer algo de la vida del desaparecido bohemio, alma máter de nuestra criolla canción, su vida íntima hasta donde fuera posible, las circunstancias que antecedieron a su muerte, el fatal epilogo del ser humano. Tarea de suyo delicada pensamos. Vamos a retrotraer y despertar adormecidos recuerdos de horas lúgubres, a hacer quizás derramar lágrimas de profunda amargura y a evocar con honda, dolorosa, agobiadora tristeza la figura de Felipe Pinglo para quién la muerte fue como la corona que ciñera la gloria en sus sienes para hacerlo inmortal.
Hemos descendido del auto y a grandes pasos ganamos terreno en el mismo corazón de la barriada, A un lado adivinamos el Rímac por el trepidar de sus aguas, al paso que unos arrogantes arbustos nos dan la impresión de hallarnos en una gigantesca huerta. Al otro: una heterogénea fila de casitas en cuyas puertas asoman diversidad de rostros. Hasta nosotros llega el trinar de una vihuela y dos voces varoniles se escuchan en un sentimental vals. Avanzamos rápidamente inquiriendo los números de las casas. De repente se presenta a nuestros ojos la figura de un callejón típicamente limeño. Entramos dejando a la puerta de la majestuosa y nada tranquilizadora figura de un fornido can que nos ha mirado sin mayor apuro y que luego se despereza muellemente.
¿El cuarto que ocupa la señora viuda de Pinglo? preguntarnos a la “portera” que con cierto recelo nos indica uno que está a la entrada.
Con indescriptible emoción nos hemos acercado a la puerta como sobrecogidos de religioso respeto. No percibimos un solo ruido. ¿No habrá nadie? pensamos.
En silencio hemos interrogado a la portera quien nos indica que si “están allí” y luego se hunde entre el laberinto de las destartaladas especies que llenan el perímetro de su alcoba encogiéndose de hombros.
Unos golpes nerviosos, fuertes, demasiado fuertes para turbar la tranquilidad de esa casa, hemos dejado oír. Unos pasos menudos se acercan y al girar la puerta con discreto movimiento deja al descubierto la fisonomía de una señorita de agraciado aspecto en el que la similitud de los rasgos nos indican que se trata de la hija del llorado maestro
¿La Casa de la señora viuda de Pinglo? preguntamos.
Si señor —nos responde—; pero tengan la bondad de pasar y tomar asiento que voy a llamar a mamá.
 Hemos tendido nuestros ojos por la habitación bastante humilde y devoramos inquisitorialmente lo que se ve en ella. De las paredes penden retratos, afiches y cartelones relativos a la memoria de Pinglo. En una mesita que se encuentra al centro de la habitación, hay un retrato del inmortal criollo con la apacible mirada del artista enfermo. Unas cuantas sillas dispersas en la alcoba  (continuación) nos delatan elocuentemente la humildad de los que en ella habitan.
¡Cuánta pobreza en casa del insigne compositor peruano, patriarca de nuestras canciones meditamos y cuánta ignominia de todos aquellos que han aprovechado de sus obras, hurtando el patrimonio intangible de sus producciones dejado a la viuda y a sus menores hijos. A todos ellos hemos de desenmascarar en las páginas de “La Lira Limeña” con la franqueza que nos caracteriza para que llegando a conocimiento de las autoridades competentes se ponga coto al incalificable abuso que se ha cometido y se sigue cometiendo con los descendientes del noble criollo, apropiándose ilícitamente de sus composiciones para utilizarlas con fines mercantiles …Nos saca de nuestra meditación la presencia de la señora Hermelinda Rivera viuda de Pinglo quien como es natural no oculta su sorpresa ante nuestra visita.
Somos de “LA LIRA LIMEÑA” explicamos. —Queremos entrevistarla para hacer conocer a nuestros lectores algunos aspectos inéditos de la vida de su ilustre esposo.
La honorable viuda del recordado maestro parece algo desconcertada ante nuestros requerimientos; pero rápidamente a la vez que nos ha invitado a tomar asiento, nos manifiesta que está a nuestras órdenes.
Y comienza nuestro interrogatorio, el eterno y monótono interrogatorio periodístico. Sabemos que nuestra acuciosidad atraerá nostalgias dolorosas de pasadas horas; que nuestras interrogaciones descarnadas y brutales serán el despertar de recuerdos para aquellos seres a quienes el tiempo solo ha servido de paliativo y que al entrar con el alma entristecida en los dominios de lo pasado, nuestra imaginación inquieta vivirá con el relato que salga de los labios de la que fue la fiel compañera de su la vida para admirar una vez más la grandeza del hombre que consagró su musa a la canción criolla.
Felipe nació en Lima el 18 de julio de 1899 nos habla la señora Hermelinda del matrimonio de don Felipe Pinglo y de Doña Florinda Alva. Desde pequeño mostró grandes condiciones artísticas que al llegar a la pubertad aflorarían en toda la gama exquisita de su innegable valía. Cursó su Instrucción Media en el Colegio Nacional de Nuestra Señora de Guadalupe distinguiéndose como alumno ejemplar y estudioso estimado sobremanera por sus condiscípulos y maestros. Desde entonces empezó a manifestarse en él la irresistible vocación por las composiciones criollas como complemento de sus aficiones musicales que a los 17 años se manifestaban ostensiblemente en el canto y en el tocar de la guitarra y la flauta,- Nos conocimos en el año 1916 y celebramos nuestro matrimonio en el año 1919 cuando la Gran Guerra habla terminado con toda su horripilante violencia.
¿Puede indicarnos cual fue su primera composición?
“Amelia” un vals nos responde prestamente la Señora viuda de Pinglo, siendo “Hermelinda” otro vals, su obra póstuma, compuesta en mi honor, cuatro días antes de morir.
¿Cuántas composiciones ha dejado hechas?
Cerca de doscientas—nos dice—entre las cuales están incluidas las que ya son sobradamente conocidas, como “La Oración del Labriego”, “El Plebeyo”, “Mendicidad”, etc.— ¡Carmen! dice de pronto—tráeme las composiciones de tu padre que están en el ropero.
Pasan unos instantes de silencio e irrumpe en la habitación la gentil hija del maestro. La contemplamos a nuestro sabor mientras con delicadeza y gracia eminentemente femenina desenvuelve el legajo de papeles que ha traído. Es una morenita de agraciado rostro que frisa en los 15 años. Sus grandes ojos negros tienen el mirar de su noble padre y se sonroja al mirarnos.
 Vean Uds.— nos dice la viuda todas estas son las composiciones de Felipe.
Presas de viva emoción cogemos esos papeles en los que volcó toda su alma el criollo. Desfilan ante nuestros absortos ojos diversas letras. Hay infinidad de versos, ora melifluos y liricos, ora enérgicos, dramáticos y dilapidadores.
En todos ellos se trasunta el signo incontrovertible del artista. Al buen tun tun tomamos uno; se trata de la Polkita “Alejandro Villanueva” inspirada en la personalidad del maestro del foot ball peruano.
(continuación)
Desconocida para muchos esta polkita de puro sabor criollo, es una apología entusiasta de las virtudes futbolísticas del popular morocho del “Alianza Lima”. Cogemos otra: lleva por título “Senectud” y es un vals compuesto en el mes de Enero de 1936. Luego gozamos de las delicias de saborear «Terroncito de Azúcar» un one-step muy poco conocido. Así sucesivamente desfilan ante nuestra vista otras producciones, todas saturadas del más puro criollismo.
La hija del maestro ha abandonado la pieza y ahora frente a la viuda nos disponemos impertérritos, a continuar nuestro interrogatorio.
¿Díganos ahora en qué fecha falleció su esposo y cómo fueron sus últimos momentos? preguntamos fríamente.
Tengo tan presentes todos estos detalles—nos responde—como si hubiera sucedido ayer. Ocho años antes de su fallecimiento ocurrido el 13 de mayo de 1936, se notaron en él, síntomas de diversas enfermedades que después atormentarían su vida. Con gran resignación sufrió todos sus males  que visiblemente empeoraban con el trascurso del tiempo, lo que hizo necesario su internamiento en un hospital del cual salió ocho días antes de morir. Ya en casa fue un gran consuelo para nosotros tenerlo a toda hora y atenderlo solícitamente como era natural, A este respecto, nos dice luego con énfasis la viuda, no puedo menos que testimoniar elocuentemente el agradecimiento sin límites que guardo para todos sus amigos que siempre estuvieron a su lado alentándolo en todo momento, hasta que llegó el fatal día 13 de mayo en el que a las cinco y treinta de la madrugada falleció en mis brazos rodeado de sus hijos y amigos y en pleno uso de sus facultades mentales... 
Ha llegado el momento cumbre de este sencillo relato; nuestra brutal curiosidad ha sido el punzante  bisturí que ha ahondado la cicatrizante llaga. La señora Hermelinda viuda de Pinglo no puede más, grandes sollozos ahogan su voz….   Hondamente consternados ensayamos algunas frases de consuelo; frases huecas, entrecortadas, incoherentes, sencillamente vulgares con lo que pretendemos mitigar un dolor que se muestra con toda elocuencia.
El panorama de esta tarde triste parece haberse contagiado del ambiente. Mientras que por ahora un silencio eterno para nosotros reina en la habitación, desde nuestra indolente silla contemplamos a través de una ventana discretamente abierta el aspecto mortecino de la tarde que fenece, mientras que bruscamente las sombras de la noche comienzan a manifestarse con lo negruzco de sus tonos. En la habitación inmediata escuchamos sollozar quedamente a Carmencita la hija del artista. Es una escena a la que no hubiéramos querido arribar.
Carmen—dice de repente la viuda—trae a tu hermanito.
Aquí tienen ustedes a mis hijitos nos dice con orgullo la viuda, Carmencita a quien ya conocen y a Felipe Alejandro Pinglo Rivera. Tenemos a nuestra vista al varoncito que cuenta en la actualidad con trece abriles; es un adolescente de mirada altiva y ademanes finos. Nos tiende la mano muy cordial y luego se retira en unión de su hermanita a la pieza inmediata.
La presencia de su hijos a reconfortado grandemente a la señora Hermelinda que más sosegada ahora nos dice: Mis hijos y las composiciones de Felipe es lo único que me queda. Carmencita estudia en la actualidad Comercio en la Escuela Nocturna del Corcovado y mi hijito sigue su Instrucción Primaria en una Escuela Fiscal.
Si la pregunta no es indiscreta—insinuamos—podría decirnos en que se ocupa Ud.?
Yo vivo de mi trabajo; atiendo a los quehaceres de mi casa y coso algo y ayudo (continuación) a la vez a Carmencita en la labor de enseñar a los pequeños que vienen a la “escuelita” que tenemos en casa; aquí les enseñamos las primeras letras—nos dice—y Carmencita los quiere y los mima mucho, enseñándolos a deletrear y a persignarse. Los chicos sienten verdadera adoración por ella. No ocultamos una sonrisa ante la sencillez del relato.
¿Y ha sacado Ud. algún provecho de las obras de su esposo? ¿Ha sido protegida en alguna forma?
 ¡Ay!—Nos responde con amargura.—He sido muy explotada. Gentes inescrupulosas aprovechándose de que las composiciones no estaban registradas y valiéndose de procedimientos innobles y tinterillescos se han apropiado de alguna de ellas, llegando en su criminal conducta hasta querer negar la autenticidad de las obras de Felipe. Abusaron y continúan abusando de estas circunstancias para hacer impresiones musicales, supuestos “arreglos”, representaciones cinematográficas a base de los cantos de mi esposo que sirvieron muchas de las veces de inspirado argumento, teatralizaciones de algunas de sus obras sin ningún derecho y con fines evidentemente lucrativos, sin que a mí se me haya tomado en cuenta para nada y dándome únicamente la irrisoria suma de S/. 40.00 por la música de “El Plebeyo” en tanto que la empresa que explotó la obra a la que sirvió de argumento la referida música obtuvo muchos miles de soles. Toda esta serie de atropellos se ha realizado ante la indiferencia realmente inexplicable del “Centro Musical Felipe Pinglo” de quien dicho sea de paso no merezco absolutamente nada.
Ha anochecido rápidamente y desde nuestro asiento espectamos un pedazo de cielo, un trozo de espacio encajonado entre los moldes de la entreabierta ventana. Por entre ella asomamos nuestras cabezas; titilan en lo alto algunas estrellas, en tanto que ha hecho una breve pausa la señora Hermelinda en lo más sensacional de su relato…
 Las últimas frases las hemos escuchado como adormecidos v desconcertados ante tanta infamia y sentimos que la indignación se nos sube al rostro.
—Trae un poco de luz Carmencita— ordena la viuda. Carmencita no se hace esperar y aparece con un bonito lamparín que esparce claridades difusas por la habitación en todo lo que puede abarcar sus débiles rayos, dejando en una agradable penumbra el resto de la alcoba.
La indignación que mostramos se traduce en un nervioso movimiento de nuestro cuerpo en la paciente silla y no podemos menos de condenar acremente las vilezas cometidas.
¿Es posible exclamamos—que se haya cometido tales abusos con Ud.?
Con un leve movimiento de cabeza asiente la viuda a nuestra interrogación, y no puede ser de otro modo, en efecto. Recordamos haber visto en algunas editoriales musicales algunas músicas del malogrado maestro, presentadas como “arreglos”; recordamos haber asistido a algunas películas de una conocida Empresa Cinematográfica Nacional que se inspiraban en varias producciones de Felipe Pinglo y nos consta que se ha teatralizado recientemente otra de sus composiciones y sabemos que se encuentra en plena preparación otra teatralización y respecto del “Centro Musical Felipe Pinglo”, recordamos que éste organizó una función a beneficio de la viuda y los hijos del llorado bohemio en el Teatro Segura.
—Pero señora—decimos—¿y el producto de las funciones organizadas por el “Centro Musical Felipe Pinglo” a beneficio de Ud. y de sus hijos que constituyo un éxito enorme tanto artístico como de taquilla, no la alivió siquiera discretamente?
(continuación)
¡Ay señor!—nos dice con profundo desconsuelo la viuda—De esa función sólo obtuve la satisfacción de poder constatar como estimaban a mi esposo y sólo recuerdo que el Centro Musical me proporcionó únicamente los pasajes para concurrir a la función y después para conducirme a mi domicilio, sin que después haya obtenido yo algún otro beneficio.
Nuestra reacción ante la monstruosidad de este hecho se traduce en una risa forzada por decir lo menos y omitimos calificarlo por ahora a fin de dejar a nuestros lectores libertad para apreciarlo.
Un silencio sepulcral ha sellado las últimas frases de la viuda, turbado únicamente por el tenaz chisporroteo del lamparín y por uno que otro suspiro entrecortado de la Señora Hermelinda Rivera viuda de Pinglo. De repente una voz clara, pastosa, de fino timbre se deja escuchar en aquello de:
“Que fue de tu belleza”
Que fue de tu hermosura, etc.
Estamos seguros que esa voz no puede salir de otra garganta que no sea la de la simpática hija del maestro, a quien íbamos a guardar “el secreto” de poseer una hermosa voz y un gusto que ya quisieran tener muchas y muchos de nuestros criollos que pululan en nuestras emisoras.
Con una sonrisa en la que se infiere una rebosante satisfacción nos manifiesta la viuda que en efecto se trata de su hijita que está interpretando el vals “Porfiria”.—Al finalizar no podemos menos que aplaudir sin reservas y aún a riesgo de que se desnaturalice el cariz de la interviú a la gentil Carmencita.
Mi hijita es una gran aficionada a la música y al canto—nos dice con tono jovial la señora viuda de Pinglo.—Hay que oírla interpretar las piezas de su padre y a propósito—continúa la viuda—nosotros escuchamos continuamente las audiciones que propalan algunas broadcastings y no podemos menos que lamentar profundamente el enconado destrozo que hacen algunos intérpretes, de las músicas de Felipe, particularmente con el vals “Porfiria” que hoy está en boga, el que es cantado en forma enteramente diferente del original, con lo que se le resta naturalmente toda la belleza y armonía que el encierra.
La sombra de amargura, de desconsuelo de letal decepción que se cernía sobre el rostro de la señora Hermelinda viuda de Pinglo, parece haberse despejado.
Como en anterior ocasión hemos advertido que al hablar de sus hijos se columbra en sus ojos una esperanza y sus palabras son más firmes y plenas de lógico optimismo. Y es que ellos lo constituyen todo para ella. Hundida entre las paredes de esta alcoba, desconocida para muchos, indiferente para otros, olvidada para todos, consagra su existencia a la vida de sus vástagos.
La vida con su devenir incesante y monorrítmico como dijera Azorín, pasa por aquella casita de la barriada de Cantagallo a cuyo frente se desliza el Rímac ya crecido, con la inconmensurable variedad de sus aspectos. Muchos inviernos como el que hoy pasamos desataron su inclemencia sobre la honrada casa del genial maestro. Vino luego primavera con sus flores y el estío con sus frutos y la vida siempre la misma en aquella pintoresca casita. La vida siempre la misma, quieta y cotidiana (para repetir a Azorín) deslizándose en esta alcoba en la que frente a la señora Hermelinda Rivera viuda de Pinglo hemos divagado algunos minutos…
Turba nuestra meditación unos golpecitos dados a la puerta. La señora Hermelinda se yergue rápidamente y se dibuja en el marco de la puerta la figura de un chiquitín y de una señora ya entrada en años.
¿Cómo está Ud. señora Hermelinda? Aquí vengo a matricular al pequeño—habla con cierta garrulería la visitante.

(Continuación)
N. de la R.— El autor de esta interesante interwiew a la que damos término en este número es un conocido y popular elemento de la Radio que por razones personales nos ha suplicado que no expresemos su nombre. Cumplimos gustosos este encargo y guardamos fielmente el incógnito hasta que la ocasión haga indispensable su revelación. "AMADOR" es el seudónimo con el que en adelante escribirá exclusivamente para "La Lira Limeña" y para la futura revista "Melodías"

El chiquitín se ha desprendido entre tanto de la mano de su acompañante y ahora en brazos de Carmencita que ha acudido a la visita nos mira con sus ojos glaucos y regordetes un tanto perplejo. La viuda ha despedido a la señora que parece ser abuelita del pequeño y ahora Carmencita lo acosa a preguntas mientras que con singular ternura le acaricia el rostro y arregla la desordenada cabellera del parvulito.—¿Conoces las letras?—le pregunta.—Vamos a ver has la señal de la Cruz!
El chiquitín un tanto huraño como es natural a esa edad, mira al suelo y por los pucheros que hace adivinamos un chaparrón de lágrimas y gritos. Comprendiendo esto Carmencita se lo lleva en vilo entre alegres risas y sonoros besos.
Es un nuevo alumno nos dice riéndose la viuda Ya se acostumbrará. Todo está en que tome confianza y cariño Carmencita.
Efectivamente señora—respondemos con un resuello que quiere ser un suspiro de impotente envidia por las caricias espontáneas prodigadas por la simpática hija del maestro. ¡Quien pudiera ser niño, pensamos! ¡Quien pudiera ser niño para que nos trataran con ese mimo y esa extremada bondad con que Carmencita obsequia a los pequeños…
Un viejo reloj de pared en la pieza inmediata ha medido lentamente unas horas; las suficientes para darnos cuenta que debernos ya poner término a la entrevista. Estamos ya en plena noche de típico cariz invernal. Hemos pasado algunos momentos que nos ha parecido toda una vida. A través de las narraciones que nos ha hecho la señora Hermelinda viuda de Pinglo hemos seguido como en una proyección cinematográfica, los sucesos más resaltantes de la vida del genial maestro que en la madrugada del 13 de mayo de 1936 abandonó este Mundo, “inquieto, artero y falaz” que dijera en una de sus magistrales producciones. Nos despedimos con un cariñoso saludo y con la efusión propia de la admiración hacia los descendientes del autor de “Porfiria”. Salimos: el panorama de esta noche nos invita a la meditación. Mientras rápidamente ganamos la salida atravesando el tortuoso callejón que describiéramos anteriormente, surge a nuestra vista pero en una indescifrable visión la vegetación que cubre las márgenes del Rímac. Ahora más cerca distinguimos las siluetas de los gigantescos arbustos que viéramos hace algunos momentos. Sopla un ligero viento que hace estremecer sus ramas en vaivén rítmico y majestuoso. Dicen que por los contornos habita otro criollo que ya destaca en el ambiente: Pedro Espinel que se inspiró en este panorama para componer su polkita “La Campesina”. Es amplia ahora la visión que tenemos de esta noche tan llena de emociones en tanto que atravesamos e irrumpimos en plena barriada de Cantagallo. La luna en lo alto de su carrera nos prodiga la fronda de sus rayos en tanto que en la cima del San Cristóbal, en lo alto, allá casi en lo inaccesible brilla la Cruz del Redentor con sus brazos dirigidos hacia la Tres Veces Coronada Villa. Es imponente el espectáculo que nos ofrece la mística visión del San Cristóbal con su luminosa Cruz que surge de su enhiesto pico y se eleva al infinito con los brazos abiertos para aprisionar en ellos el corazón de la Católica ciudad de los Virreyes, ¡Sublime espectáculo de esta soberana Cruz levantada por la piedad limeña en la cúspide de su más elevado cerro como ostensible prueba de convicción y fe! Ha de brillar ella por los siglos de los siglos y ha de abrigar bajo sus pies que a ellos les están rendidos los miles y miles de almas que todas las noches al encenderse en la inconmensurable altura le rinde el tributo de su acendrada piedad. Estamos ya en pleno Puente de Balta y mientras el ronquito, del motor de nuestro “Ford” nos indica que va a partir pensamos todavía en la casita que hemos dejado hace algunos momentos en donde quedan los descendientes del gran compositor. Rueda el carro y todavía entre el cristal del automóvil divisamos como una constelación, grandiosa, única, universal la Cruz del San Cristóbal con sus amorosos brazos extendidos y aprisionando el corazón de la noble ciudad de los Virreyes.
AMADOR